Hace casi 80 años hubo una operación para entregar España al marxismo internacional repitiendo la misma jugada que se había llevado a cabo con éxito en Rusia casi veinte años antes. La masonería llevaría a cabo una operación gradual de disolución nacional que, una vez conseguida, abriría las puertas al marxismo. Para ello, y tras las poco claras elecciones de febrero de 1936, llegó al poder el Frente Popular que, de inmediato, empieza un golpe de Estado desde el gobierno para conseguir sus objetivos.

Empiezan los ataques contra los disidentes políticos: las agresiones, los encarcelamientos y los atentados terroristas son continuos, hasta que el 12 de julio desde el Frente Popular se intenta descabezar definitivamente a la oposición nacional para terminar el proceso. Un grupo de militantes del PSOE secuestra a uno de los dos líderes opositores, Calvo Sotelo, y lo asesina de un tiro en la cabeza. El otro líder, Gil Robles, iba a correr la misma suerte, pero no estaba en su casa cuando fueron a buscarle.

Esto fue la gota que colmó el vaso y la que animó a un grupo de militares Nacionalistas a alzarse contra el gobierno que permitía, e incluso incitaba, tales crímenes. Tras tres años, la contienda acabó con la victoria aplastante del bando Nacional. Empezaba una época muy difícil para España. El aislamiento, la pobreza y el hambre como consecuencia de la contienda, los intentos marxistas de volver a las andadas a través del maquis o el inicio de la Segunda Guerra Mundial no iban a poner las cosas fáciles.

Pero el pueblo español luchó y superó las adversidades. Acabada la Segunda Guerra Mundial, España empieza a mejorar gradualmente su situación. Fueron muchos los errores de aquel Régimen. Pero nada comparable con los logros. En apenas treinta años, España pasa de ser un país casi tercermundista, sin apenas industria y con enormes diferencias sociales, a la octava potencia industrial del mundo, la segunda potencia pesquera, la primera potencia europea en frutas y hortalizas y en una gran potencia turística. No sólo eso, se crea una fuerte clase media, lo que hace que las grandes desigualdades sociales se reduzcan de forma importante. A pesar del plan de ajuste de 1959 y de la emigración que provocó, la renta per cápita no deja de aproximarse a la media europea, se establece una legislación social, laboral, familiar y de vivienda que disparan la población y el empleo. España pasa de 25 millones de habitantes a 38. Apenas se pagan impuestos y la deuda externa es casi inexistente, pero a pesar de eso la sanidad y la educación no dejan se ser accesibles a un número cada vez mayor de habitantes.

Pero las alarmas empezaron a sonar. Las principales potencias veían con recelo la situación. Por un lado, Francia y Alemania desconfiaban del futuro ¿qué pasaría si España seguía aquel ritmo? en treinta años más podría convertirse en una potencia de 50 millones de habitantes que podría romper la balanza de poder en Europa, controlada en aquel momento por ambos países.

Por otro lado, los Estados Unidos, aún siendo aliados del Régimen, tampoco se fiaban demasiado. España tenía la llave del Mediterráneo, punto estratégico fundamental en la política imperial norte-americana, y ya había causado problemas al negarse Carrero Blanco a que se usara España como una base desde la cual intervenir en la guerra árabe-israelí en 1973. El propio Carrero quería conseguir la bomba atómica para España. Además, España no reconocía al Estado de Israel y mantenía relaciones inmejorables con países árabes anti-sionistas como el Iraq de Saddam Hussein. Incluso, a pesar de la propaganda oficial anti-comunista del Régimen, las relaciones comerciales con el bloque del Este no paran de aumentar. Había que hacer algo cuanto antes.

Se decidió implantar en España un régimen bi-partidista aparentemente democrático, pero que en realidad, en las grandes cuestiones, estaría sometido a los intereses de Norteamérica y, en menor medida, a los de Francia y Alemania. Desde la sede de la CIA en Langley pusieron el plan en marcha.

Ya a principios de los años 60 se organiza en Munich una reunión con toda la oposición al Régimen, que da luz verde a la operación. Mucha gente de dentro del Régimen, los «listos», los oportunistas, los trepas, se dan cuenta de lo que pasa y empiezan a cambiar de bando poco a poco. El Régimen empieza a auto-destruirse desde dentro para dar paso a la nueva situación. Franco se entrevista con el enviado de los Estados Unidos, Vernon Walters, en 1971, y ambos acuerdan el paso a un nuevo Régimen, pero con matices. Los USA quieren una democracia liberal al uso, pero Franco pone límites a ese proyecto. Habrá democracia, pero adaptándola a la situación particular de España.

Aún así, un Franco débil, envejecido y traicionado desde dentro va teniendo que aceptar la nueva situación. Nombra a Juan Carlos su sucesor como Jefe de Estado, sin ser consciente de que estaba eligiendo a un títere al servicio de Estados Unidos. Franco acepta el bipartidismo, e incluso sus servicios secretos protegen al PSOE de Felipe González para frenar al comunismo, pero cree que habrá que poner ciertos límites a los posibles desmanes de ese bipartidismo, para lo cual nombra Presidente del Gobierno a Luis Carrero Blanco. Pero Carrero es asesinado en un atentado terrorista el 20 de diciembre de 1973. Los autores materiales parecen ser de ETA, pero todo parece apuntar a la autoría intelectual de la CIA (como ocurrirá en otro brutal atentado 30 años después) y al Secretario de Estado norte-americano Henry Kissinger.