Ninguno viviremos 70 años más. Nuestro tiempo en este mundo es finito, y es precisamente la certeza de la muerte, lo que da sentido a la vida.

Cuando leemos la gesta de los Últimos de Filipinas, pronto rechazamos a los 6 desertores por cobardes, aún entendiendo sus circunstancias.Os aseguro que si hoy pudiesen hablarnos, lo harían llorando arrepentidos. Sin embargo, sentimos orgullo y admiración por aquellos que resistieron, como por quienes resistieron en el Alcázar de Toledo, en Krasny Bor, en los gulags soviéticos en Siberia, en Covadonga con Pelayo o entregaron la vida en Empel, Lepanto, Melilla, Trafalgar o Cuba.

Cuando comprobamos la edad de los protagonistas, impresiona comprobar que apenas tenían entre 20 y 30 años. ¿Cómo no iban a llevar a Dios con ellos para soportar lo que soportaron? ¡Por supuesto que Dios estaba con ellos!

Y estaba con ellos porque renunciaron a sacarlo de sus corazones cuando las cosas venían mal dadas. Renunciaron a los cantos de sirena que ofrecían calor, comida en abundancia y placeres mundanos a cambio de traicionar a su Patria y abandonar su Fe. Quienes formaron el espíritu de estos soldados no les llevaron a la muerte, como así aseguran los traidores que hoy abundan, sino que les llevaron a alcanzar la eternidad por enseñarles que nada pueden ofrecernos en esta vida que compense vender el alma y traicionar la sangre.

Esos muchachos eran a menudo jóvenes de familias pobres, pero ni todo el oro del mundo acumulado durante mil vidas, puede comprar ni un segundo de heroísmo como el que alcanzaron. Hoy aquí terminando 2016, los que heredamos su sangre y su compromiso, sentimos la emoción de sus hazañas, haciendo saltar en nuestro interior el resorte que nos conecta con todos ellos como si no hubiese distancia en el tiempo. Sentimos sus miedos, sus sollozos, su dolor, su sangre y su sudor…sus gritos de aliento para animarse en el combate y el regocijo interior mientras rezaban un Padrenuestro.

Hoy aquí y ahora debemos transmitir todo esto a nuestro pueblo. Nuestros jóvenes y niños merecen conocer todo esto, pues es la herencia de su sangre y nosotros tenemos el deber de ser esa correa de transmisión entre el ayer y el mañana, porque este es nuestro tiempo, finito, que nadie lo olvide.
¡Hagámosles inmensamente ricos!
¡Que sean conscientes de lo grandes que son!
¡Que sepan que nuestro enemigo es poderoso, pero que nosotros tenemos a Dios!
Nos odian porque nos envidian. Jamás podrán comprar lo que nosotros somos, y nosotros lo somos desde el día en que nacemos…incluso antes de nacer, incluso siglos antes…
No merece la pena una vida sin lucha, pues durará a lo sumo, esos 60 o 70 años más. Ganemos la inmortalidad junto a los nuestros, y que nadie dude de que ellos, junto con quienes les dieron el aliento a ellos, nos lo darán también a nosotros en el momento final.
¡Defendamos la España Imperial, Europa y la Cristiandad!
Llevemos su grandeza hasta el último rincón de la Tierra, agradecidos de haber sido bendecidos frente a otros pueblos, y alcancemos en el empeño la eternidad…

¡Arriba España siempre!
¡Dios con nosotros!