Los venideros conflictos internacionales provendrán de la misma lucha interna que se ha librado en Occidente desde hace siglos, esto es, del obsoleto pero mantenido intervalo ideológico izquierda-derecha.

Nuestras ilustrísimas masas, en su pretendida pero fracasada tentativa de acabar con un sistema que las oprime, no alcanzan a comprender el núcleo del problema, el quid de la cuestión política de nuestros tiempos. Estancados, todos nosotros, en lo que nuestros padres y abuelos nos han enseñado, seguimos dividiendo entre jacobinos y girondinos, socialistas y populares y gaviotas y martillos.

La masa, acostumbrada a la pataleta esporádica y a la protesta sin sentido, sigue manteniendo su inamovible status de volubilidad. La masa del analfabetismo por bandera vota a quien se le dice, arrebatando el verdadero sentido a la democracia, pues “de nada sirve la democracia si el que vota es un alfabeto”. La masa baila irremisiblemente al son de lo impuesto desde arriba, sin percatarse de que la división izquierda y derecha es la herramienta de sumisión de quien domina sus destinos.

Los que nos gobiernan han decidido dividirnos entre izquierda y derecha para que sus súbditos se enfrentasen en disputas extrañas a sus propios intereses, oponiéndose a toda división natural para así debilitar la unidad entre personas y naciones.

Las últimas elecciones españolas son un evidente ejemplo de tal división virtual. Conservadores y progresistas, populares y socialistas; todos han servido y sirven a los mismos intereses de la élite mundial, dentro de una pelea secular entre los miembros de un mismo pueblo. El sistema impone sus principios sin oposición y se encuentra confortable con los podemos, los ciudadanos y los insignificantes peleas internas de enanismos “nacionalistas”. La consigna democrática es la misma que la de la imperial Roma: Divide et impera.

Nuestra democracia es el sistema político más poderoso de la historia porque sus dueños han hecho creer al resto que se gobiernan a ellos mismos, que gozan de libertad para elegir entre izquierdas y derechas y de entre ese unipolar pluralismo representado en sus medios de propaganda.

Como desde hace tres siglos, el intervalo ideológico izquierda-derecha sigue creando enfrentamientos y volverá a traer más conflictos mundiales sin que las masas, en su eterno letargo, sepan que el intervalo ideológico ya no comprende de derechas ni de izquierdas, pues, éste ya ha dejado de ser útil a sus creadores.

Nuestro tiempo está dividido entre la internacionalización o la nacionalización, y tanto gaviotas como perro-flautas se sirven de los neo-valores internacionalistas para hacer de las naciones meros entes económicos al servicio del mundialismo. La internacional se canta en rojo y en azul, por mucho que los azules canalicen el voto de masas de nacionalistas ingenuas.

Ahora es la globalización la que desgarra a toda la masa mundial favoreciendo a la élite internacionalista, que contempla con regocijo su creación. Consciente de su aplastante superioridad económica y política, la élite mundial ha conseguido todo lo que se proponía desde hace siglos, aumentando la deuda de los Estados con sus bancos, enardeciendo conflictos separadores intra-nacionales y, ante todo, fraguando los neo-valores y al hombre-masa, imprescindible para la implantación del nuevo orden de cosas.

DM

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