Inmediatamente después de los atentados de París, comenzó la función circense de los políticos europeos. Unos y otros, de aquí y de allí, todos cantan la misma canción. Condenan los atentados. Lucharán contra el terror sin renunciar a la “democracia y los valores europeos”.

Veamos. ¿De verdad alguien cree que condenar un atentado tiene algún efecto? Digo, efectos prácticos y reales. A los musulmanes no les importa, al contrario. Mientras los franceses lloraban, los musulmanes que infectan París, reían. En estos tiempos en que todo el mundo está filmando algo, podemos verlo claramente. Las palabras de condena son simplemente una válvula de escape para que la gente sienta que se hace algo. Porque no nos engañemos, si la gente pensara en vez de sentir, se daría cuenta de cómo les ofrecen válvulas de escape sentimentales y vacuas.

Bien, controlamos a la gente una vez más con la palabra mágica “condenamos”. Ahora toca la segunda parte “no renunciaremos a la democracia y los valores europeos”.

¿Pero qué es eso? ¿A qué se refieren exactamente?

Demos un repaso rápidamente a un par de declaraciones.

Víktor Orbán: “Europa vive una auténtica invasión”.

Mariano Rajoy: “Solidaridad, orden y humanidad son nuestras coordenadas para ayudar a las personas que tienen dificultades y para proteger el proyecto común”.

A la vista está que ambos planteamientos son totalmente distintos. ¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible que en países que fueron “malvados países comunistas”, haya más sentido común, sentido de estado, e instinto de supervivencia que en “el mundo libre occidental”?

Para empezar señores míos, hay mucha confusión con éste tema. No, no es como algunos creen. Esos progres, liberales, y demás fauna que lleva camisetas del Che Guevara, o eleva loas a Nelson Mandela, no son comunistas y nunca lo han sido. Acusar a esta fauna de “traer el comunismo a Occidente” es hacerles un favor. Sólo son peones del sistema, criaturas del marxismo cultural.

Los pueblos europeos del Este vivieron bajo el marxismo. Los pueblos europeos del Oeste viven bajo el marxismo cultural.

El marxismo cultural es una doctrina distinta al marxismo clásico.

El marxismo clásico interpreta la sociedad en un contexto económico y de lucha de clases, por lo tanto controla los medios de producción. Controla la política y el sistema judicial y ejerce la censura sin esconderse.

El marxismo cultural interpreta la sociedad en un contexto cultural y social, y por lo tanto controla el sistema educativo desde la guardería hasta la universidad, los medios de comunicación tanto noticiosos como recreativos. Así mismo controla la política y el sistema judicial, y ejerce la censura sin contemplaciones mientras grita “tienes libertad”.

Un niño de la Europa del este criado en el comunismo recibe una educación nacionalista. El comunismo es nacionalista, excluyente, tribal. En los colegios se enseña “la familia es la célula fundamental de la sociedad, y está formada por un hombre, una mujer y sus hijos”. El feminismo, la homosexualidad y la cobardía son vicios degradantes y repulsivos que debilitan a la sociedad y constituyen delitos. Se enseña que tu pueblo es el mejor, que tu bandera y tu himno nacional son los más bellos y son sagrados. Que hay que defender tu patria y tu pueblo con tu vida. La defensa de las fronteras se hace con balas, y tu comida, tu música y tu forma de vivir son las mejores que existen. La doctrina de “expansión comunista”, es siempre interpretada en términos políticos y económicos, no sociales.

Mientras los países del Este de Europa vivían en un régimen de control político y económico total, el Oeste de Europa quedó en manos de “los buenos”. Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, había que controlar y gobernar todo Occidente. La Escuela de Frankfurt (os invito a averiguar cosas sobre ella y sobre quiénes la fundaron), empezó a controlar el pensamiento de la post guerra. De su mano vino el control social absoluto sobre los pueblos europeos. Se inventaron “nuevos valores”, que básicamente son contrarios a los que enseña el comunismo. Se creó una neolengua. “Progresista”, “inconformista”, “socialista”, “activista”, etc. Todos esos conceptos parten de una base que se enseña en los colegios desde la guardería: todos somos iguales, no hay razas, no hay culturas mejores o peores, tu pueblo no existe, todos somos ciudadanos del mundo, todos tenemos la sangre roja, etc, etc. Y en un giro maquiavélico se le dice a la gente que exaltar tu país y tu bandera, proteger tu identidad y tu cultura “es de nazis asesinos”, obviando que eso es también muy comunista. Mientras, se castra ideológica y socialmente a la población masculina y se le priva de su identidad. Se ataca y dinamita a la familia, que como saben muy bien los comunistas “es la célula básica de la sociedad” con la creación del feminismo y la perversa y destructiva “liberación femenina”. Mirando los resultados de ambos sistemas, hoy podemos ver que con todos sus defectos, que los tenía y en abundancia, el comunismo o marxismo clásicos sólo controlaba férreamente al pueblo, mientras que el objetivo último del marxismo cultural occidental es eliminar al pueblo.

De ahí las disímiles declaraciones de Rajoy y Orbán. Un pueblo (el húngaro) tiene conciencia de sí mismo y está orgulloso de ser lo que es. Sobrevivirán. Otro pueblo (el español) lleva décadas recibiendo el mensaje de que llevar su bandera es de fachas, que llamar hermano a otro español y extraño a un extranjero es “delito de odio”. Si quiere sobrevivir, tendrá que volver a los valores antiguos, esos que los pueblos del este de Europa nunca llegaron a perder.

Así llegamos al día de hoy. En el que viven montones de “españoles y franceses” en las tierras españolas y francesas. Pero esos que el sistema considera “españoles y franceses”, no lo son. Pues no tienen la sangre de los pueblos aborígenes europeos. El marxismo sabe que la patria es la sangre, el marxismo cultural ataca esa verdad fundamental. Ahora la gente no conoce a su enemigo, no sabe qué hacer. Sobre todo, los que saben qué hacer no saben cómo hacerlo.

No queda tiempo ya. Hay que despertar. Dejar de gritar, dejar de llorar. Hay que dejar de “condenar” y mirar al enemigo. El enemigo está en casa. Estos atentados no son más que la consecuencia lógica de eso que los gobernantes de Europa Occidental llaman “los valores europeos”, que en realidad no es más que el nombre dado a un sistema que sólo tiene como objetivo la eliminación física y cultural de los pueblos aborígenes europeos. Todas esas declaraciones rimbombantes de los políticos de Occidente sólo tienen un destinatario: los que gobiernan a los gobiernos Occidentales. Esos que han creado el monstruoso sistema que está exterminando rápidamente a los pueblos de Occidente.

No hay que llorar por París. Hay que luchar por París. Y por toda Europa.