Radikales y secesionistas nos quieren desespañolizar, pero nunca podrán vencer a nuestra copla.
«Al ladrón se le olvidó
la luna en la ventana».
(Ryokan)
Pues hoy me siento revolucionario, y voy a envolver mi artículo en los castizos faralaes de la copla española, en las imperiales mantillas de mi tierra natal trianera, en los maravillosos repiques de castañuelas de nuestra música más española. («Entre flores, fandanguillos y alegrías/ nació mi España, la tierra del amor»).
Sentí esta iluminación hace unos días, cuando tuve el privilegio de asistir a un concierto de Manuel de Segura, uno de nuestros más insignes coplistas, que me produjo un arrebato patriótico, un subidón de adrenalina con certificado de origen español, pura Marca España, pata negra a espuertas de nuestra tierra sin par. El título del espectáculo podría haber sido «Alegrías de España» ―precisamente el título de uno de sus discos más famosos y de una de sus coplas más conocidas―, exactamente lo que más necesitamos los españoles en estos tiempos sombríos que han sumido a nuestro país en una profunda depresión. («España siempre ha sido y será/ eterno paraíso sin igual./ Soy cañí porque así me hizo Dios./ Mi rubí es la luz de mi amor»).
Sí: en el haiku japonés que transcribimos más arriba se dice que al ladrón se le olvidó la luna en la ventana, y, al socaire de esta poesía, a mí se me ocurre coger el rebote, y afirmar desafiante, mirando a las bancadas radikales y secesionistas, que a esta chusma se le olvidó la copla en los tablaos, a la copla brillando en los cielos de España, musicalizando las noches en nuestros jardines y zambras, revoloteando en nuestros escenarios engalanados con guirnaldas y farolillos rojigualdas, bailando corazón adentro, trayéndonos en sus acordes y remolinos los suspiros y los cascabeleos de la inmortal España que nunca podrán destruir las podemitas hordas del Averno. («Dentro del alma te llevaré/cuna de gloria, valentía y blasón./ Tú no sabes lo que te quiero,/ España del alma mía./ Si me apartan de ti me muero,/ pues vivo de tu alegría»).
Nos quieren robar los festejos taurinos, las verónicas de alhelí que encandilaban a los cornúpetas lorquianos; quieren despojarnos de nuestras banderas y silbar nuestro himno; desean desvalijarnos de nuestros santos y patronos, de nuestros belenes; pretenden multiculturalizar nuestras tradiciones para vampirizarles su sangre española; proclaman el derecho al pataleo con dantzaris y sardanas… pero se les olvidó la copla en nuestro corazón, su Majestad la Copla, alegría de España. («Tierra bendita de mi querer/ tierra gloriosa de perfume y pasión»).
Pues la copla es un arma cargada de futuro. Algún día se darán cuenta, y vendrán a por ella: proclamarán sus toques de queda para evitar el bullicio cañí, harán sus referéndums para proscribirla, la insultarán acusándola de pachanga fascista, la asediarán con sus hombres grises y sus internacionales puñoenalto, invadirán jardines y tablaos con sus gestapos… pero la copla triunfará, les dará españoladas como panes, crisis como apoteosis rocieras. Así revienten de una vez. («España, sin ti me muero/ España, sol y lucero./ En mi corazón/ te llevo metía/ y el eco de mi canción llevará/ España en un suspiro.
Dando la vuelta a los versos de Miguel Hernández, proclamo bullanguero que «Coplas del pueblo me llevan,/ coplas del pueblo me arrastran,/ me esparcen el corazón /y me aventan la garganta».
Y quisiera dedicar coplas copleras, coplas como panes, a todos y cada uno de los miembros de las bandas podemitas y secesionistas, pues se lo han ganado con creces, pero me conformaré con unos cuantos: «La falsa moneda», a Pablete el castuzo; «El pequeño ruiseñor» a Errejón Potter; «El bien pagao» a Moneydero, por supuesto; «Campanera» a Rita la quemaora; «Sangre levantina» a Mónica Oltra; «Que viva España» a la Colau; «Francisco Alegre», a Luis Alegre; «Cuna cañí» a Bescansa la madraza; «Amante de abril y mayo» a la primera dama Irene Montero; «Habaneras de Cádiz» al Kichi «arríabanderas»; «Soy un pobre presidiario» al Vivazapata; «Aquella Carmen», a la Carmena; «Como en España ni hablar» al Puigdemont y cía… y a todos, con el mayor de mis afectos patrióticos, «España cañí» y «Que viva España», para que les aprovechen. («¡Ay, tierra mía!/ ¡ay! quién pudiera/ ser luz del día/ y al llegar la amanecía/ sobre España renacer»).
Sí, vendrán con sus mordazas a por la copla, rabiarán, nos arrancarán los faralaes en sus potros de tortura, pero «Ya pueden clavar puñales,/ ya pueden cruzar tijeras,/ ya pueden cubrir con sal,/ los ladrillos de mi tierra:/ Ayer, hoy, mañana y siempre/ eternamente a tu vera,/ eternamente a tu vera».
A la vera de la copla, a la vera de España. Que se queden con la copla, que les infligirá la más ignominiosa de las derrotas. («Cantando espero a la muerte,/ que hay coplas que cantan/ encima de los fusiles/ y en medio de las batallas»).
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