Luis Zapater

LUIS ZAPATER ESPÍ. Doctor en Derecho Constitucional.

Hace tan solo una semana, la noche del sábado 3 de enero, TV2 obsequió a los ojos de los televidentes con un programa documental sobre “los Locos Años 20”, en el que aparecían imágenes inéditamente a color de aquella década loca que fue un fugaz suspiro de paz entre las dos guerras mundiales. Lo que realmente importaba del documental eran las imágenes, porque el locutor relataba lo acontecido en aquella época de manera sutilmente manipuladora, evidenciando su servidumbre a los dueños reales del poder del mundo Occidental que todos conocemos, y que dirigen directa o indirectamente a todas las grandes cadenas y medios de comunicación. La exhibición de dicho programa me viene como anillo al dedo para comentar cómo se han gestado en Europa las causas que han facilitado la previsible explosión terrorista que hemos padecido esta semana en Francia.

Hay un antes y un después en el Occidente europeo a partir de aquellos locos años 20. Convulsionadas por el terrible recuerdo de una guerra infernal, los supervivientes a la contienda y, sobre todo, aquellos que prosperaron haciendo grandes negocios durante la misma, trataron de vivir el momento de la mejor manera posible y entre ellos destacó una minoría privilegiada de hombres de negocios, artistas, banqueros y aristócratas que vivieron en una permanente y desenfrenada orgía, tratando de romper con todos los tabúes que existían en la sociedad tradicional. Mientras millones de sus compatriotas en Francia, Alemania o Gran Bretaña buscaban entre basuras raciones de alimento o quemaban paquetes de billetes que no valían ni el papel en el que estaban impresos, los privilegiados disfrutaban de fiestas salvajes en las que no bastaba la cama redonda con bellas actrices, sino que probaban satisfacer sus perversiones también con jovencitos mientras consumían cocaína, que era introducida por vez primera a gran escala en Europa para la satisfacción de un mercado tan selecto. Jóvenes actrices y cabareteras, dejando pisotear su dignidad, desfilaban completamente desnudas aupadas a hombros por unos caballeros que las introducían en grandes salones donde otros menos decorosos las pellizcaban y palpaban hasta que eran descabalgadas. Al amanecer grandes salones aparecían repletos de botellas de vinos, licores y champagne vacías, con sillas y mesas patas arriba. El epicentro de toda esta loca y nocturnal orgía era París, que se convirtió en la Babilonia de la Europa del primer tercio del siglo XX. Allí tuvo también sus comienzos el cine porno con clientes tan selectos como el Rey Alfonso XIII de España, que era provisto de las películas por el Conde de Romanones.

Según el locutor de la TV2, aquellos artistas, empresarios y aristócratas representaban una Europa donde la gente solo quería divertirse, (la Europa de las libertades), de las jóvenes vanguardias artísticas en las que se ponía en solfa todo, y que ridiculizaban libremente a la Iglesia, al Ejército y a todo lo que tuviera que ver con el patriotismo o el nacionalismo. Frente a estos “adalides de la libertad” existía una poderosa minoría organizada y peligrosa, intolerante, representada por los camisas negras en Italia, los camisas pardas en Alemania o L,Action Française en Francia, prestos a exhibir la porra o el bastón para acallar el sacrosanto derecho a la “libertad de expresión y de creación artística”.

Fue precisamente a partir de ese pudridero en el que se convirtió Paris en los años 20 cuando se generalizó en el mundo de la “Cultura” (léase en la izquierda), la voluntad satírica de ridiculizar y no dejar ningún símbolo de la sociedad tradicional impoluto: Se burlaban ya no solo del clero (promiscuo en sus viñetas y películas pornográficas), sino incluso de Dios, la Virgen y los Santos, y por supuesto de todos los héroes de la patria, desde Juana de Arco hasta los caídos en el periodo 1914-1918.

Estas nuevas vanguardias (cubismo, dadaísmo y otros gilipollismos), contribuyeron a la creación de un arte demente y decadente, pero que contó con el respaldo de grandes poderes económicos con el fin político deliberado de que minaran los cánones de belleza clásicos que todavía existían en la Europa del momento. A los detentadores del sentido del humor que el sistema permite se les rieron las gracias mientras se burlaban de los dogmas de un cristianismo en retroceso y decadencia, por el cual los cristianos de Europa ya ni mueren ni matan, minado desde dentro por papas contrarios a la tradición católica como Juan XXIII o Pablo VI, y favorecidos por una democracia cristiana cada vez más demócrata y menos cristiana; pero llegó un día en que se les ocurrió burlarse del Islam, y entraron en un terreno peligroso.

La aparición hace unos años de viñetas satíricas sobre Mahoma nace de un desconocimiento terrible, de una ignorancia supina sobre la realidad del Islam como religión, o bien de una irresponsabilidad suicida. Es el equivalente a arrojar una colilla encendida en una estación de servicio. Primeramente porque en el Islam se prohíben las representaciones humanas, sobre todo la del fundador de la religión, y en segundo lugar por el ataque que sienten todos los musulmanes en general (y no solo los radicales) por la ridiculización de su venerado profeta. Los occidentales acostumbramos a valorar las cosas a partir de nuestra estrecha visión de la realidad de mundo y de nuestros prejuicios. Vivimos para vivir, como sea y a cualquier precio, sin saber que aun existen civilizaciones en las que se concibe al hombre como “ser para la muerte” como diría Heidegger. Y esto supone de partida una grave desventaja para los europeos en la previsible tercera guerra mundial que ya comienza entre mundo occidental y mundo islámico, empujada y favorecida por el Estado de Israel y sus títeres occidentales.

La perversión de costumbres en Europa, extendida desde las clases altas hacia las más bajas (dicha extensión ha sido la principal e imperdonable política social de la izquierda), que acabó con la religiosidad y el patriotismo europeo (porque como dijo Jean Marie Le Pen solo hay dos tipos de políticos: Los que aún creen en la Patria y los que no, que son mayoría), en conjunción con el servilismo de la política interior y exterior de los gobiernos europeos a los intereses de las grandes finanzas, de Estados Unidos y de Israel, nos han llevado al desastre y a los prolegómenos de una Tercera Guerra Mundial que será racial y religiosa.

¿En verdad puede ser alguien tan irresponsable como para no prever que la llegada descontrolada y masiva de millones de inmigrantes islámicos no podía permitir la creación en su seno de una minoría radical confundida en el anonimato con el resto de su comunidad? ¿Puede alguien con un mínimo de sentido común no prever que la política descaradamente pro sionista de los gobiernos occidentales respecto a los conflictos con el mundo árabe (en particular los genocidios cometidos contra los pueblos palestino e iraquí) no nos podría pasar factura? De la misma manera, ¿No era previsible que el apoyo descarado a los terroristas de las llamadas primaveras árabes podía suponer la creación de un criadero de cuervos que se volvería contra nosotros sacándonos los ojos a los europeos?

No puedo creer que la idiocia estratégica de los políticos occidentales llegara a tanto, porque la política te enseña a ser desconfiado; más bien creo que todos estos políticos (Blair, Chirac, Zapatero, Sarkozy, Hollande, Merkel, Rajoy, etc.) han actuado al servicio de intereses mundialistas a sabiendas de todos estos riesgos porque realmente la prosperidad y seguridad de sus pueblos respectivos les importan un bledo, y porque el éxito de sus carreras como políticos depende del grado de sumisión y pleitesía que rindan a los amos del mundo que bien conocemos los que militamos en este partido.

Hoy todas las gallinas que cacarean por la sacrosanta “libertad de expresión” que se nos niega a los patriotas se preocupan sobre todo de la repercusión que estos atentados terroristas tengan sobre la creciente “islamofobia”, hecho preocupante cuya realidad nadie puede negar, pero más preocupante que el auge de la islamofobia es el suicidio progresivo que representa la endofobia, y que han promovido durante décadas medios de comunicación afines a aquél que ha sido salvajemente atacado. Al fin y al cabo, el “odio al otro” se puede curar conociéndolo, pero el odio a uno mismo es una enfermedad incurable porque no nace de la desinformación o de prejuicios superables con el tiempo, sino de una patología mental de auto-rechazo y autojustificación perpetua a la que es muy propensa una parte importante de la sociedad española, en particular aquélla que pertenece a la izquierda o al separatismo.

¿Estaría dispuesto alguien a dar su vida por la abstracta y relativa “libertad de expresión” que afirman los políticos del sistema que gozamos en las sociedades de Occidente? No conozco a ningún militar español que estuviera dispuesto a ello, y supongo otro tanto pasará con los militares franceses. En cambio, todavía hay decenas de miles de militares europeos dispuestos a dar su vida por su Patria, realidad orgánica, biológica y tangible que incluye el territorio de su Nación, sus conciudadanos, sus familiares y amigos, su casa y todo el patrimonio histórico de su pueblo.

A los voceros del sistema que con sus mass-media nos bombardean todos los días con sus lamentaciones plañideras sobre la amenazada libertad de expresión yo les diría que el día en que uno de estos desgraciados puedan llevar bombas atómicas portátiles con las que destruir o al menos contaminar media capital de un Estado se acabará vuestra puta falsa religión (la de los “derechos humanos” que son solo para la minoría privilegiada), y de rebote vuestra falsa puta democracia de partidos, porque como dice el penalista alemán Günther Jakobs, será “o él o nosotros”, y los vetustos códigos procesales ultra-garantistas ya no servirán ni para calentarnos en el invierno más crudo del barbudo desierto yihadista, triste realidad que contrastará con la falacia de las “primaveras árabes” promovidas por un Occidente decadente, irresponsable y suicida.

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