La tentación primera, la instintiva, es considerar que todos esos obreros industriales de mediana edad y escasa formación reglada, los que están virando en masa hacia la extrema derecha a ambas orillas del Atlántico, son estúpidos; carne de cañón en manos de los demagogos de turno que los manipularían y engañarían a su antojo, quién sabe con qué intereses espurios. Pero lo cierto es que, tanto entre los cuellos azules que acaban de votar a Trump como entre sus iguales ingleses o franceses que llevan lustros encuadrados en las filas del Frente Nacional y del UKIP, lo más destacable de sus respectivas orientaciones partidarias es la definitiva racionalidad de la elección

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