El pensamiento políticamente correcto que tiraniza desde hace tiempo la sociedad española es fruto de una obra de ingeniería social construida a base de mentiras, falsedades y engaños, con los cuales se ha perpetrado en España un gigantesco lavado de cerebro generador de una ideología «progre» que amenaza la misma supervivencia de nuestra Patria.
Nacido en los cenáculos conspirativos del club Bilderberg, este pensamiento se inoculó como un virus en el llamado «espíritu de la Transición», y su joya de la corona es la alevosa manipulación de nuestra Guerra Civil, a la que convierten en una lucha entre el fascismo y la libertad. De aquí arranca la proclamada «superioridad moral» de la izquierda, y su viceversa: el complejo de la derecha por haber ganado una guerra que la propaganda progre nos quiere hacer creer que fue ilegítima.
Ya lo decía la misma Dolores Ibárruri en su discurso de despedida a las Brigadas Internacionales en Barcelona en 1938, proclamando que habían luchado por la libertad y la independencia. ¿Libertad? ¿Puede haber acaso libertad en un régimen fundamentalmente golpista, cuya práctica atentaba contra los más elementales derechos democráticos?. Un fenómeno nada extraño, si partimos del hecho de que su objetivo era instalar en España un régimen comunista, sistema político nada amigo de las libertades. Como decía George Orwell en su obra «Rebelión en la granja», «No se establece una dictadura para salvaguardar una revolución; se hace una revolución para establecer una dictadura».
En cuanto a la independencia, que alguien me explique qué grado de independencia hubiera tenido España en el caso de que se hubiera convertido en un régimen satélite de la Rusia soviética, como era la intención de las izquierdas republicanas.
El pucherazo en las elecciones de 1931―manipuladas alevosamente por las izquierdas―, no fue sino el anticipo de los sucesivos golpes de estado perpetrados contra la legalidad democrática por parte de los prebostes de la izquierda, que ya habían intentado derribar ilegalmente a la monarquía en diciembre de 1930, con asonada militar de incluida.
Otro intento de golpe lo perpetraron con las elecciones de noviembre 1933, que según el historiador Stanley Paine fueron las más libres y transparentes que se habían registrado en España. Sin embargo, las izquierdas impugnaron los comicios, presionando a Alcalá-Zamora para que impidiese la apertura de esas Cortes, que habían dado un claro triunfo a las derechas. No lo consiguieron, pero lo que sí lograron fue que, bajo la amenaza de desencadenar una insurrección general, en el gobierno que se constituyó no había ningún ministro que perteneciera a la CEDA, a pesar de que la confederación de las derechas había sido la clara triunfadora de los comicios. Esta maniobra, que otorgó el poder al Partido Radical de Lerroux, puede considerarse como puro golpismo.
Hasta tal punto llegaron las maniobras antidemocráticas de las izquierdas republicanas, que, cuando el 4 octubre 1934 Alcalá-Zamora ―a pesar de las amenazas de las izquierdas― metió en el gobierno a tres ministros de la CEDA, al día siguiente se desencadenó en España un auténtico golpe de estado, cuyo objetivo era acabar con la legalidad democrática.
El golpe estaba perfectamente diseñado de antemano, puesto que desde el triunfo de las derechas en 1933 los socialistas abandonaron la «vía parlamentaria» para instaurar el socialismo, y se decidieron por la vía de la insurrección, haciendo de la revolución social su único objetivo, intentando hacer de ella un instrumento que diera a la República burguesa la orientación revolucionaria que siempre había constituido el horizonte final del movimiento obrero español.
El paladín de este golpismo rojo fue Largo Caballero, émulo de Lenin, quien no se recataba de airear con prepotencia y chulería a los cuatro vientos sus proclamas revolucionarias, que incluían la violencia, si fuera necesario: «Quiero decirles a las derechas que si triunfamos colaboraremos con nuestros aliados; pero si triunfan las derechas nuestra labor habrá de ser doble: colaborar con nuestros aliados dentro de la legalidad, pero tendremos que ir a la Guerra Civil declarada. Que no digan que nosotros decimos las cosas por decirlas, que nosotros lo realizamos»… «Si no nos permiten conquistar el poder con arreglo a la Constitución… tendremos que conquistarlo de otra manera […] Tenemos que luchar, como sea, hasta que en las torres y en los edificios oficiales ondee no la bandera tricolor de una República burguesa, sino la bandera roja de la Revolución Socialista». «El jefe de Acción Popular decía en un discurso a los católicos que los socialistas admitimos la democracia cuando nos conviene, pero cuando no nos conviene tomamos por el camino más corto. Pues bien, yo tengo que decir con franqueza que es verdad. Si la legalidad no nos sirve, si impide nuestro avance, daremos de lado la democracia burguesa e iremos a la conquista del Poder». «Tenemos que recorrer un periodo de transición hasta el socialismo integral, y ese período es la dictadura del proletariado, hacia la cual vamos».
Ya desde enero de 1934 se estaba gestando el movimiento golpista, cuando se expulsó de la cúpula socialista a los moderados, representados por Julián Besteiro. Según declaró entonces Largo Caballero, «La suerte está echada, el Partido y la Unión General ya están de acuerdo en organizar un movimiento revolucionario con un programa concreto al objeto de salir al frente de manejos reaccionarios».
El PSOE y la UGT formaron entonces una Comisión Mixta que encargó a Indalecio Prieto la organización del movimiento revolucionario, que incluía la constitución de comités revolucionarios en las provincias ―a los que se proporcionaría avituallamiento de armas―, coordinados por las Juntas Provinciales, a las que se les dijo que «el triunfo de la revolución descansará en la extensión que alcance y la violencia con que se produzca». Otra parte de la conspiración iba orientada a la captación de oficiales golpistas en los cuarteles.
La insurrección fracasó porque la oficialidad militar no se sumó al golpe, porque no se consiguió hacer llegar las armas a los comités revolucionarios, y porque el ejército sofocó la rebelión. Un caso especial fue el de Asturias, cuyo comité se pretendía avituallar de armamento a través del buque «Turquesa», que fue interceptado a la Guardia Civil. Y, si tenemos en cuenta que este hecho se produjo en septiembre ―antes de la «provocación reaccionaria» del 4 de octubre―, ya tenemos una prueba más que evidente de que la conspiración golpista de las izquierdas se había preparado con mucha antelación.
Para dar a la subversión revolucionaria un barniz de legitimidad, los socialistas usaron como argumento la provocación que para ellos suponía la entrada de tres ministros de la CEDA en el gobierno. El mismo día 5 de octubre, el PSOE y UGT ―con la desigual colaboración de los anarquistas de la CNT y la FAI, y el PCE― ponen en marcha una nueva intentona golpista disfrazada como huelga general, solamente por el hecho de que el partido que legítimamente había ganado las elecciones había metido a tres ministros en el gobierno. Bandas armadas de socialistas y ugetistas intentaron asaltar los edificios de la Presidencia del Gobierno y del Ministerio de la Gobernación. Fue la espoleta para que en España se desencadenaran dos semanas de violencia, que produjo más de un millar de muertos.
Para decirlo otra vez con las palabras de George Orwell, «La guerra es la paz; la libertad es la esclavitud; la ignorancia es la fuerza».
Ése era el programa de la República, maquiavélica organizadora de «rebeliones en la granja», en busca de «un mundo feliz» construido no verso a verso, sino golpe a golpe.
SERIE COMPLETA DE ARTÍCULOS:
Los 400 golpes de la segunda República (y 6): la Puerta del Infierno
Los 400 golpes de la segunda República (4)
Los 400 golpes de la segunda República (3)
Los 400 golpes de la Segunda República (2)
Los 400 golpes de la Segunda República (1)
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