Leí hace poco unas declaraciones de una mujer que fue feminista activista llamada Betty Friedan que decía:

“Creo que hasta que no renuncié a ser femenina no empecé a disfrutar de ser mujer”

Y pensé que esta mujer que ha renunciado a ser femenina también ha renunciado a ser mujer, pues la condición de mujer implica necesariamente ser femenina.

Así que siendo una líder feminista de la llamada “segunda ola del feminismo” – que se desarrolló en los años 60 y 70- no me extrañó su renuncia,  pues tampoco debió esforzarse mucho en ello.

Si acudimos a la RAE nos encontramos con estas dos acepciones de la palabra feminismo:

1. m. Doctrina social favorable a la mujer, a quien concede capacidad y derechos reservados antes a los hombres.

2. m. Movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para los hombres.

Los mismos derechos que a los hombres se debe referir al derecho al trabajo, derecho a la educación, derecho a la vida, derecho a participar en negocios jurídicos…. entre los múltiples derechos de los que cualquier persona puede ser titular, tanto varón como mujer.

Lo que demuestra que el concepto está caduco en la sociedad occidental actual. Porque exigir lo que ya se tiene es absurdo.

No obstante, el movimiento feminista no se conforma. Exige menos. Y exige menos porque lo que pretende no es que la mujer se iguale al hombre en derechos –que ya lo está-, sino anular la feminidad de la mujer. Es decir, la mujer feminista quiere dejar de ser mujer.

Y no es una invención. Lo dicen las propias precursoras del feminismo, comenzando por Simone de Beauvoir, quien afirmaba que la mujer no nace, se hace. Feministas tales como la judía Shulamith Firestone o Kate Millet – que sentaron las bases conceptuales del feminismo actual- sustentaron sus teorías en la desaparición de la diferenciación de sexos.

A Firestone le molestaba lo que llamaba “labor reproductiva” de la mujer, considerando que el aspecto biológico era fuente de opresión del hombre hacia la mujer; por tanto lo arreglaba diciendo:

“ …la meta definitiva de la revolución feminista debe ser, a diferencia del primer movimiento feminista, no simplemente acabar con el privilegio masculino, sino con la distinción de sexos misma: las diferencias genitales entre los seres humanos ya no importarían culturalmente”

Se introduce el concepto del género para identificar la identidad de género, que tiene que ver con la conciencia individual que cada uno tiene de sí mismo – como hombre o como mujer-, en función de la educación recibida desde niño. Por ello, denuncian que es la sociedad la que asigna los roles a desempeñar según el sexo. Estos roles no deberían estar influenciados por el aspecto biológico. Así el psiquiatra Stoller, que ya utilizó el concepto de identidad de género en 1.963, en el Congreso Internacional de Psicoanálisis,   decía:

El vocablo género no tiene un significado biológico, sino psicológico y cultural. Los términos que mejor corresponden al sexo son macho y hembra, mientras que los que mejor califican al género son masculino y femenino, y estos pueden llegar a ser independientes del sexo biológico

Se convierte en toda una ideología de corte marxista con el propósito de crear un nuevo tipo de sociedad, en el que la sexualidad humana venga definida por la voluntad de alguien, ajena completamente a la naturaleza biológica del ser humano.

De ahí viene la contradicción del propio feminismo. Bajo la excusa de igualdad de sexos, lo que realmente pretende es la asexualidad, por lo que el propio sexo femenino desaparece también.

Y más que contradictoria resulta absurda su reivindicación, porque ¿quién aspira a defender su propia destrucción?. Es una majadería. Ya las propias feministas mencionadas anteriormente padecieron enfermedades mentales y estancias en centros psiquiátricos.

Pero, dentro de su locura, sentaron la base de una peligrosa ideología que utilizó la masa izquierdista para imponer un criterio de selección de sexos con el fin de manipular a la sociedad. De la izquierda pasó a la derecha y de ahí a toda la sociedad.

Así que se inicia una nueva construcción social en la que el sexo biológico pasa a un segundo plano. La mujer no estará llamada a la maternidad ni al cuidado de sus hijos, su anatomía no tendrá sentido

Pero, claro, todo ello comporta una educación también. Así que volvemos de nuevo a la contradicción. Porque para que no se asignen esos roles que denuncian se deberá  ejecutar desde la propia educación del niño. Así que se trataría de una imposición, de una programación.

Por tanto, toda la tesis decae porque en definitiva podríamos decir que se trataría de coacción. Y muy cruel, por cierto,  porque no dejaría actuar a la propia naturaleza biológica; sería contra natura.

Esta ideología ha alcanzado unos límites tan extremos que es la causante de uno de los más brutales crímenes permitidos por ley: el aborto. De ahí que la mujer abortista – y la que no lo es también-, manipule el don de la maternidad como un derecho a decidir si quiere ser madre o no, siendo la mujer el centro de toda su polémica. Aunque este es otro tema.

En resumen, el feminismo –tal y como se conoce y se ha introducido- debería llamarse anti-feminismo porque las feministas no defienden su condición femenina ni la equiparación de derechos con el varón, sino que pretenden anularse a sí mismas, como mujeres.

¿Cómo se les puede tomar en serio reclamando derechos para las mujeres si quieren dejar de serlo?

Pilar Panadero

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