Con 10 cañones por banda, apareció hace dos años el bajel pirata llamado «El Coletas» por las costas de la patria mía, con la horrenda máscara del demonio Asmodeo enseñoreando la proa, aterrorizando a los españolitos de siempre con razzias incontenibles en calles y plazas, en salones y hemiciclos, en tertulias y debates, en escraches y tuiterío bolivariano.
A bordo, los trolls berreaban puño en alto aquello que dijera Espronceda: «Son mi música mejor/ aquilones,/ el estrépito y temblor/ de los cables sacudidos/ del negro mar los bramidos/ y el rugir de mis cañones».
No cortan el mar, sino España, sus estepas y praderas, proclamando el «derecho-a-decidir». Asaltan los cielos igual que los mares, cielos que no cortan, sino vuelan, con sus brujas ―temidas del uno al otro confín―, conjuradoras de lunas negras, de horribles aliens, de coños insumisos, de endriagos luciferinos cuya furia es de temer.
¿Cuál es su tesoro? Su Dios no es la libertad, porque son ateos, y porque defecan compulsivamente sobre las libertades de los pueblos que devastan. Su tesoro son los monederos contantes y boyantes, los esplendorosos potosíes, los escaños insumisos, la chupandurria de cámaras y titulares, las payasadas en circos y aquelarres.
Sus estrellas rojas rielan ya sobre los arrasados jardines de España. Antaño, hicimos retumbar los cielos con la cañonería de nuestros Tercios, pero hoy somos carne de cañón para los Sextos, los Cuartos y los Quintos. De los patrióticos cañones nada queda, sino algún ejemplar oxidado, olvidado en un ángulo oscuro de cualquier salón como un arpa desmayada.
Ahí tenemos al siniestro capitán Garfio, cantando alegre en la popa como si fuera un «chiko del maíz»: «Galicia a un lado; Cataluña al otro; y, al frente, Euskaldún». Canta feliz, mientras sueña con el amanecer de un 3 de mayo donde por fin pueda resucitar a los mamelucos del 36 para que en cualquier Monkloa se venguen goyescamente de los que ganaron la guerra, haciéndoles carne de sus cañones, muñequitos de pimpampum.
Desde sus atalayas, los piratas Bilderberg que les mandan otean el horizonte de nuestra Patria con sus catalejos, al hombro un loro servil que se apellida Sánchez, que incansablemente repite el estribillo que le han enseñado: «No es no»; «No es no»…
¿Acaso no ven las calaveras Bilderberg en lo alto del palo mayor? ¿Quién gobernará a los borreguitos españoles?: pues los piratas que ellos digan. Sánchez estuvo en la reunión del Club Bilderberg del año pasado. ¿Qué le dirían los capitostes de la plutocracia mundial? Si ya tutelaron la Transición, con sus «buanas, lo que ustedes manden», con sus sociatas entregados y serviles, ¿quién puede dudar que este tsunami de desgobierno provocado por el progrerío rojo también se debe a su maléfica conspiración, orquestada mediante unos medios de comunicación que han provocado alevosamente el desembarco del Coletas y su chusma, entre un tufo a azufre directamente emanado de los infiernos de Bilderberg?
En el otro hombro de los plutócratas, un adefésico papagayo rojo canta insomne otro estribillo bilderbergiano: «Somos la gente»; «Somos la gente». Luego, se une al lorito Pedrito, y babosean juntos eso de «Cambio»; «Cambio»…
De la gallardía patriótica, del valor acendrado en mil batallas, de la Patria acrisolada en su aureola imperial, los españoles nos hemos convertido en carne de cañón, borregos en un siniestro matadero, peones en el juego Bilderberg, patéticas marionetas que votan a quienes quieren romper España, a quienes se cagan a lo Willy sobre nuestra historia, nuestros valores y nuestras tradiciones.
Pero ya lo dijo Espronceda: «Navega, España mía,/ sin temor,/ que ni enemigo navío,/ ni tormenta, ni bonanza/ tu rumbo a torcer alcanza,/ ni a sujetar tu valor».
Nos quieren sentenciar a muerte, pero «es España mi tesoro,/ es mi Dios mi libertad».
Y mi Patria, la Unidad.
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