Si el cine comercial, cuyo prototipo es el americano, es veloz, superficial y pueril, el de otro tipo, europeo o de otros lugares, cae fácilmente en el bodrio de autor: en la bazofia infumable de los inútiles y los pseudoartistas subvencionados, de los que tantos tenemos en España y a quienes bien conocemos.

En el cine pasa lo mismo que con la cultura y el arte en general: la alternativa que nos ofrece el sistema es entre una cultura de masas vulgar y miserable -no una cultura popular, que es algo muy distinto- y la estafa del arte contemporáneo. En el cine nos dan a elegir entre productos fabricados, comerciales que no son cine sino una inversión económica, y por otra parte basura pretenciosa que deberíamos considerar arte porque unos payasos que viven del cuento nos dicen que lo es.

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