El primer Real decreto que firme el nuevo Monarca en virtud de la obligación constitucional que tiene para sancionar las normas será el que regule su escudo de armas, trámite protocolario por otra parte que pasa bastante desapercibido para la mayoría de la población como es lógico, atenta a asuntos más cotidianos que al significado de la simbología heráldica. A pesar de todo, es necesario advertir que la simbología tiene un significado y que su correcta interpretación dice cosas y en este caso bastante importantes.
El nuevo Rey contaba ya con armas propias como príncipe, reguladas por Real Decreto 284/2001, de 16 de marzo, por el que se crean Su Guión y Su Estandarte y Casa Real y sobre él y en su misma línea se ha trabajado para crear las nuevas.
Si bien desaparece el lambel de azur como es preceptivo, permanecen invariables elementos comunes en escudo cuartelado: 1, de gules, con un castillo de oro, almenado, mazonado de sable y aclarado de azur, que es de Castilla; 2, de plata con un león rampante de púrpura coronado de oro, lampasado y armado de gules, que es de León – que recupera el color púrpura, un acierto sin duda- ; 3, de oro, con cuatro palos de gules, que es de Aragón; 4, de gules, con una cadena de oro puesta en orla, en cruz y en aspa, con un punto de sinople en abismo, que es de Navarra; entado en punta, de plata, con una granada al natural rajada de gules, sostenida, tallada y hojada de dos hojas de sinople, que es de Granada.
Sobre el todo, un escusón de azur con tres flores de lis de oro, bordura de gules que es de Borbón y representa las armas de la dinastía reinante: Borbón-Anjou, aunque pertinazmente siga siendo ovalado ya que nadie se ha molestado en modificarlo desde que se dispusiera de esta forma para la entonces reina Isabel.
El escudo se timbra con una corona cerrada, que es un círculo de oro, engastado en piedras preciosas en sus colores, compuesto de ocho florones de hojas de acanto visibles cinco, interpolados de perlas en su color, de los que parten ocho diademas de perlas, vistas cinco, que convergen en un orbe azul, con el semimeridiano y el ecuador de oro, sumado de cruz de oro, la corona forrada de rojo y va rodeado del collar del Toisón de Oro.
El guión real sobre el que se bordan las armas antes descritas de Su Majestad cambia volviendo al tradicional color histórico que a partir de 1.833 se había convertido en morado y posteriormente en azul para dar paso al tradicional damasco carmesí de la monarquía española.
No obstante, hay dos novedades muy significativas respecto al anterior que tienen una lectura muy clara: Del escudo heráldico de Felipe VI desaparecen tanto las aspas de Borgoña como el yugo y las flechas presentes en el de su predecesor y padre y aunque por otra parte era bastante previsible, el hecho de la renuncia del nuevo monarca a llevar en su heráldica las citadas enseñas que por siglos, amén de representar a España, a nuestro glorioso Ejército y a la fe Católica de nuestros antepasados y por ende la nuestra no deja de ser altamente revelador.
Bien es verdad que las aspas de Borgoña, nunca han figurado en un blasón del Rey de España de forma acolada, como lo están en el de Juan Carlos I, pero debe recordarse que en 1.975 el Carlismo era una fuerte opción y por tanto al adoptar las armas de Borgoña, el monarca reivindicaba en cierta manera su derecho a esa línea sucesoria y fueron incorporadas en cierta manera como reivindicación de la línea dinástica Carlista.
De la misma forma, se adoptaron los emblemas de los Reyes Católicos porque en 1.975 figuraban en el escudo de España, lo que quizá generó un conjunto heráldico poco acorde con las reglas tradicionales de blasonar dentro de la simplicidad que siempre ha caracterizado a la heráldica Hispana, lo que lleva a opinar a algunos autores que los símbolos del nuevo monarca están muy bien blasonados y que ninguna lectura irresponsable debe hacerse de las citadas novedades.
Pero los que opinan de distinta manera cuentan con un fuerte asidero, pues a nadie pasó desapercibido el desaire de dejar a Dios de lado en todos los actos de proclamación. Si se tiene en cuenta que la monarquía española es una monarquía católica desde el Concilio de Toledo, en el siglo VI, durante el reinado de Recaredo, parece absurdo hablar de una “Nación forjada a lo largo de siglos de Historia” e ignorar el papel que la religión, concretamente la católica, ha jugado en esa Historia.
No ha habido pues ningún símbolo religioso que no estuviese ya incorporado en elementos heráldicos, y seamos claro, el único que queda es la casi imperceptible cruz de oro que culmina el regio cetro.
Resulta difícil de explicar la ausencia total del elemento religioso en un día histórico como este 19 de junio de 2.014 para la monarquía española. Incluso el actual Gobierno tomó posesión jurando ante un ejemplar de la Constitución, otro de la Biblia y un crucifijo, acto que ha sido tradición en España a pesar de que la Ley no obliga a la presencia de estos símbolos.
Por poco que se aten cabos, no es necesario ser demasiado perspicaz, para darse cuenta de que cualquier símbolo que aluda a la Unidad y la Catolicidad de España, levanta ampollas donde siempre las ha levantado, por lo que hacer referencia a cualquier símbolo unitario, obsesión de los Reyes Católicos, forjadores de la Nación Española, o a cualquier dogma que suponga el mínimo freno moral a comportamientos poco edificantes, que es precisamente lo que hacen los símbolos suprimidos, es como mentar a la bicha, y escuece como he indicado, sobremanera, a los mismos que en su día escudándose en su memoria histérica lograron ya eliminar de donde no debían el Águila de San Juan que hace precisamente referencia a la catolicidad de las Españas y su Imperio en sentido de Unidad y Ley.
No es necesario pues, ser demasiado avispado para darse cuenta de quién está detrás de esos furibundos ataques a la Identidad de la Nación Española y qué objetivos persigue, objetivos como no podía ser de otra manera muy acordes con el envenenado concepto de “globalismo multicultural” y pérdida de identidad y por tanto de Soberanía de los Estados Nacionales en entes supranacionales al servicio del genocida N.W.O.
Pero nada es casual, muy al contrario. No hay más que fijarse en el discurso sibilinamente masónico del nuevo monarca, sobre todo cuando hace referencia a la fe en la Unidad de España, pero en ningún momento como ha venido siendo secularmente tradicional se ha comprometido a mantenerla y defenderla hasta el último aliento, eso sin mencionar ya sus alusiones al “nuevo tiempo”, al panteísmo ecologista o a la denominada “igualdad de género”. Demasiadas pistas, incluso para los no avezados al maquiavélico significado de tan abominable verborrea.
Y por si a alguien le queda alguna duda, las hemerotecas no mienten. No es la primera vez que CiU denuncia ante Bruselas el emblema con la cruz de San Andrés que portan algunas naves y aeronaves españolas, escudándose patéticamente -como no- en el franquismo. Las reiteradas peticiones de los separatistas de Amaiur a través de su diputado Jon Iñarritu y García a su pesar, supongo, sobre la supresión del yugo y las flechas y la Cruz de Borgoña, van en la misma línea, aquí por tanto la presunción de inocencia suena más bien a chiste.
El asunto está más que diáfano, Su Majestad el Rey Felipe VI, dejó bien a las claras que compaginar la responsabilidad política, democrática y constitucional con las virtudes morales o los valores éticos, no va a ser lo suyo, y no lo va a ser porque si es que aspira a mantenerse debe defender aquellos valores que estén en consonancia con los intereses de los nuevos amos del mundo adecuados al siglo XXI, que no hacen más que dar continuidad al jacobinismo masónico y anticatólico de las revoluciones masónico-liberales capitalistas y masónico-socialistas y comunistas de los siglos XIX y XX.
Eso no es compatible con ningún principio ético o moral que debilite el poder del Estado y de las ideologías que lo controlan. La cosa pública, los asuntos de derecho y la vida política nada tienen que ver con la moral y la ética. La corrupción, el nepotismo y demás lacras, en definitiva el utilitarismo maquiavélico-masónico son incompatibles con virtudes tan naturales como la honradez, la caridad o similares de las que huyen como gato del agua.
No hablemos ya de otras pistas que vienen siendo premonitorias e inequívocas: Comunidades sefardíes y demás propagandistas del sionismo premiados con el Premio Príncipe de Asturias profundamente vinculado a la Corona, cuyo más sangrante caso es el de un idolatrado Woody Allen escandalosamente incorporado al mobiliario urbano de la ciudad de Oviedo sin recato alguno, caso muy parecido al del cantautor Leonard Cohen, cuyos méritos para hacerse merecedor de tal galardón de todos son conocidos. No hablemos ya de la Sinagoga del Fontán, ni de la sumisión tope de los ex – regidores ovetenses Antonio Massip Hidalgo o Gabino de Lorenzo Ferrera a la causa, explíquenme sino que pinta el mamotreto al “Rotary Club” en la Plaza de Castilla, precisamente a la entrada de la ciudad en lugar bien visible, o la grotesca petición de “Foro Asturias” solicitando histéricamente una placa de reconocimiento al grupo “Lions Club” unos metros más allá, convirtiendo así a la urbe asturiana, precisamente capital del Principado y por tanto vinculada históricamente a la Corona en escaparate descarado del “pueblo elegido”
Claro que estas disquisiciones pasarán más bien desapercibidas a las masas a las que se generará en principio un falso debate Monarquía-República ya en marcha por cierto, seguido de otros similares previamente orquestados para ocultar el verdadero trasfondo de la cuestión.
Veremos el desarrollo de los acontecimientos, pero recuerden hasta que punto se equivocaron aquellos que apodaron al anterior monarca como “Juan Carlos I el Breve”. De todas formas dará igual, los poderes financieros vinculados al N.W.O: cuya meta es finiquitar toda política dirigida al bien común de la Nación, algo incompatible como es lógico con sus verdaderos objetivos que no son otros que el envenenado globalismo “multicultural” y permitir un enriquecimiento sin precedentes de una élite dirigente en detrimento claro está de la población común, simple recurso a explotar, convertida en degradada, sumisa temerosa y miserable chusma sin valor alguno disputándose el dudoso honor de lograr sobrevivir – y la clave es el colaboracionismo – con las sobras del pantagruélico banquete, amén de apuntar ya sin disimulo alguno a su mayor anhelo, esperemos al menos que a medio plazo, que no es otro que deshacerse de una sobrepoblación a la que para nada necesitan y que en un momento dado pudiera suponer una seria amenaza para su supremacía.
¿Se explican ahora cómo es que una Nación Soberana -en la medida de lo posible – derruida después de un sangriento conflicto y levantada a pulso con enorme tesón por las sacrificadas generaciones que nos precedieron, sin apenas inmigración, con un importante crecimiento económico y demográfico, un Ejército operativo y respetado, una juventud altamente cualificada, tecnología punta en todos los sectores de la producción y con visos de auparse entre las primeras potencias del mundo a la voz de ¡Ya! pasó por arte y parte de la tan cacareada “demokracia” a tan angustioso estado en tan breve periodo de tiempo?
Pues es que quizá tanta lumbrera que hay por ahí suelta, nunca se haya parado a pensar que aquello del acecho de los enemigos de España y de la conspiración judeo-masónica que nadie entendía lo que verdaderamente significaba, a la postre resulta que ¡ERA VERDAD!
No sé porque se me vienen aquí a la memoria aquellas famosas estrofas del vallisoletano D. Diego de Acuña, veterano de las campañas de Túnez e Italia y Capitán de los viejos Tercios españoles en Flandes:
“ ¡Por España! y el que quiera
defenderla honrado muera;
y el que, traidor, la abandone
no tenga quien le perdone
ni en Tierra Santa cobijo
ni una Cruz en sus despojos
ni la mano de un buen hijo
para cerrarle los ojos”
* Doctor en Historia,Documentalista.
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