Efectivamente, ¿por qué no? Los catalanes de primera tienen obispos exclusivamente para ellos: Los “bisbes catalans” a los que se creían con derecho. Pedían obispos que destacasen no por su piedad, sabiduría teológica o por su buen gobierno, sino por su catalanidad. La Iglesia se portó con los catalanes de verdad como una auténtica madre, concediéndoles los obispos que pedían. El 100% de los obispos, para el 35% de los catalanes. Ése era a mucho estirar hace 50 años el porcentaje de iglesia catalanista, cuando los que siguen gritando hoy, gritaban entonces: “Volem bisbes catalans!”

Pero como eran los primogénitos, los hijos preferidos de la iglesia catalana, no pensó entonces Roma que los segundones merecieran tener obispos que les comprendieran, que compartieran con ellos tantas pasiones del alma distintas de las pasiones opuestas de los catalanes “de verdad”. No sólo eso, sino que el 100% de los obispos entendió que estos otros catalanes no eran normales y que por tanto la iglesia de Cataluña tenía que empeñarse a fondo en normalizarlos, es decir en catalanizarlos. Y ése fue su máximo apostolado en aquellas circunstancias: Ut unum sint, que no haya distinción entre los catalanes de primera y los de tercera. Pero la táctica fue tan mala, que en realidad trabajaron ut nihil sint: para que al cabo de 50 años no sean nada. La Iglesia como tal reducida ahora ya a la irrelevancia, reducida a insuflar incensado pedigrí y bendecir las rosas en San Jordi cuando inviten los que mandan. Si añadimos a eso que el poder siempre se decantó por la minoría catalanizada, no era cuestión de que la jerarquía se negara a seguir esa corriente tan poderosa en la que muchísimos obispos y sacerdotes formaron la corte, parecida a esa de la que ha hablado el papa Francisco refiriéndose a la curia vaticana…, y progresaron cual les correspondía.

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Benedicció de roses

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