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Ayer un atentado yihadista volvió a conmocionar a Occidente. Esta vez el escenario del terror fue el Museo del Bardo en Túnez, el principal museo de un país que hasta la tan cacareada y vitoreada primavera árabe fue el más occidental de todo el Magreb. Hoy los mismos españoles que aplaudían entusiasmados la primavera tunecina se estremecen cuando ven en el telediario una matanza en un museo que muchos de ellos han visitado, conmoción acrecentada porque entre los veinte muertos se encuentran dos españoles.
Pocos recuerdan hoy cómo los medios de comunicación europeos -los medios españoles no fueron menos- jalearon el derrocamiento de un gobierno laico en un país donde los índices de seguridad eran muy elevados, donde se celebraba año tras año la fiesta de la vendimia, un país árabe donde la producción de vino era significativa y poseía varias marcas de cerveza local, donde había más mujeres que hombres en la universidad y la mujer estaba integrada en los cuerpos de seguridad incluso con mando sobre hombres…
Poco importó que miles de españoles conocieran el país. Los medios de comunicación que todo lo pueden e idiotizan a nuestros ciudadanos, dijeron que la primavera tunecina era buena y que había que apoyarla. Y así los españoles se sumaron al entusiasmo colectivo que los medios demandaban, a nadie le pareció interesante recordarles a nuestros compatriotas -que cada día son más televidentes y menos homo sapiens- que Túnez poseía un Parlamento con diversidad de partidos elegidos por sufragio universal y del que sólo los islamistas radicales estaban excluidos. Nadie pareció interesado en recordar que Túnez, bajo el gobierno de Ben Ali, se convirtió en el único país árabe en albergar una sección de Amnistía Internacional, o que ratificó todos los convenios internacionales de Derechos Humanos, que se adhirió libremente a los convenios contra la tortura o que creó, en 1991, un Comité Superior de Derechos Humanos y Libertades Fundamentales.
Hoy nadie lo recuerda pero el régimen de Ben Ali fue galardonado con el premio Louise Michel en 1989 y felicitado en 1990 por las mismísimas Naciones Unidas en materia de libertades públicas.
¡Qué importa! La televisión les dijo a nuestros ciudadanos que el ayer homenajeado por la defensa de las libertades y los derechos humanos hoy es un monstruo y hay que celebrar su derrocamiento. Y todos lo celebraron, esta es nuestra sociedad y no otra, la televisión la moldea, maneja y manipula hasta unos límites que resultan ya insultantes, y ellos tan felices.
Lo cierto es que Túnez sólo fue el primer derrocamiento de un gobierno laico y enemigo del islamismo radical por parte de los servicios secretos de USA e Israel, de la mano de una oposición financiada por los petrodólares wahabitas procedentes de Arabia Saudí. A Túnez le seguirían otros: Libia, Egipto… hasta llegar a Siria y al Estado Islámico. Uno tras otro los principales gobiernos laicos y enemigos del islamismo radical han sido derrocados, en ocasiones incluso con la ayuda militar española que, como en el caso de Libia, mandó aviones a bombardear a las tropas de Gadafi en una guerra que se nos vendió como una lucha por la libertad. Nadie se ha preguntado si Libia hoy es un país más libre, ni acerca de la incoherencia que supone ir a una guerra por la libertad con aliados como Qatar, un régimen pseudo medieval donde aún subsisten formas de esclavitud.
Lo cierto es que mientras EEUU, Israel y Arabia Saudí creaban la tormenta perfecta en el mundo árabe, derrocando gobiernos laicos y armando a los fanáticos religiosos, los ciudadanos europeos aplaudían con sus sonrisas sardónicas frente al Dios de nuestra era, la televisión. Hoy, claro, no entienden nada de cuanto esa mal parida primavera árabe ha traído, ni entienden por qué se nos dispara ¡si ganaron los buenos!
Los manejos de potencias extranjeras han desestabilizado nuestro flanco sur, las nubes que amenazan tormenta ya se ven en el horizonte y mientras todo esto se fraguaba, nuestros siempre mal informados conciudadanos aplaudían la llegada del choque de civilizaciones que marcará una era.

Lucio Peñacoba

Responsable de Formaciónde la Mesa Nacional de DN