Lo he dicho más claro, pero se lo diré más alto a la patulea de progres que profana el templo de nuestra democracia: «No me toquéis los muertos, que me conozco». Y no es por Jalouin, que conste. Es que, después volver a escuchar las soflamas de los bildutarras volviendo a sacar el tema de los GAL, y los escandalosos aplausos podemitas, pues no puedo resistirme a la tentación de ser martillo de herejes una vez más.
Todo empezó con el recuerdo pablerino de la «cal viva», que será uno de los temas recurrentes de esta legislatura, me temo. Los bildutarras se han apresurado a coger el rebote, pasando de la «cal viva» a la «GAL viva». Obsesiva tanatofilia la de esta chusma de patéticos rojos e indepes que juegan a ser forenses. Cada vez que escucho esta consigna, no puedo por menos de pensar lo que les hubiera gustado a los cadaveres de los religiosos profanados durante la persecución republicana que alguien hubiera tenido la misericordia de echarles cal viva para evitar que fueran satánicamente profanados por milicianos de las hordas luciferinas, que ponían en las iglesias a esqueletos de religiosos y religiosas en posiciones sexuales, y luego cobraban entrada a la gente para que disfrutaran macabramente de ese museo del horror.
Hace poco me contaron que en Fuencarral, un distrito de Madrid, los salvajes partisanos quemaron un convento de religiosas, creyendo que también arderían las monjas que ellos creían que se encontraban en su interior, cuando la verdad era que ya no estaban allí. Muchas historias como están salpicaron de horror unos años en los que las turbas poseídas por el Maligno desencadenaron la más tremenda y sanguinaria persecución contra los cristianos de toda su historia. Siempre me ha sobrecogido de espanto la escena en la cual enloquecidos «revolucionarios» disparan al Sagrado Corazón de Jesus del Cerro de los Ángeles, en Madrid.
También a muchas estatuas religiosas que fueron mutiladas y decapitadas a hachazos les hubiera gustado que las disolvieran en cal viva, antes de sufrir tan satánicas profanaciones. ¿Cómo explicar este salvajismo en un país de tan acendrado catolicismo como España, sin hacer responsable de ella al Señor de las Moscas, inveterado enemigo de la «reserva espiritual de Occidente»? Se llaman progresistas estas jaurías de terroristas, independentistas y podemitas, pero en realidad son regresistas, retrógrados, anticuarios del horror, macabros desenterradores de cadaveres a la luz de los taquígrafos, solo que las momias que exhuman son las de sus partisanos violamonjas, de los amojamados etarras metralleros de los Hipercores, de los mártires pretendidamente agudariados pertenecientes a la luciferina cofradía del tiro en la nuca. Nunca hablan de la cal viva de las casi 900 victimas del horror etarra, de los numerosos heridos y mutilados que cayeron bajo sus balaceras asesinas.
Proclaman gobiernos de cambio, mientras siguen obsesionados por un pasado de guerracivilismo, aferrados a ideologías totalitarias que perpetraron los más horribles genocidios de la historia, causantes de millones de víctimas, en la más colosal epopeya de cal viva que vieron los siglos. Y luego van y dicen que ellos –pijoprogres que no han dado un palo al agua en su vida– son los hijos de los obreros que la derecha no pudo matar, cuando fue el comunismo que inciensan con su ridículo puño en alto el mayor matarife de proletarios, a los que purgaban en la cal viva de sus gulags, chekas y persecuciones implacables.
Y a esta genealogía de «holocaustos» y «genocidios» habría que sumar a las femen-vestales del Kontrapoder, que también presumen de tener muertos, oiga, cuando afirman ser «las nietas de las brujas que no pudisteis quemar». Pues yo le digo a Rita la quemadora que soy hijo de los católicos que no pudisteis arder. Así que esta legislatura, con tantos muertos como esta banda de desenterradores quiere exhumar, será la de la «cal viva», que hará del Kongreso un jalouinesco tanatorio, una gigantesca morgue donde siniestros Frankestein buscarán bajo su subsuelo los cadaveres de sus correligionarios y conmilitones, tirándole sus muertos a la cabeza a una derecha acomplejada y cobarde, que solo contraataca con el arma mortífera de la sorna gallega, con una educada ironía que a esta chusma violenta le resbala y se la suda.
Viviremos así en un permanente Jaoluin, donde, si das una patada a un escaño del rojerio embadurnado de cal viva, te salen 20 zombies, 50 momias acartonadas, y un considerable ejército de fantasmas rojos con el puño en alto, farfullando amenazas apenas entendibles a las bancadas pusilánimes de la derecha por causa de sus mandíbulas desencajadas y putrefactas. Estos días de esperpento jalouinista tuve ocasión de contemplar en la fachada de un local de moda de una famosísima localidad turística una decoración jalouinesca que me produjo un verdadero pasmo indignado, pues allí se veían cinco maniquíes de tamaño natural ahorcados, balanceándose siniestramente. Que no nos extrañe que la cal viva del rojerio nos cuelgue en esta legislatura sus momias en el frontón del Kongreso, puño en alto. Jalouin forever.
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