Ya que está de moda la celebración de «Días» ―el penúltimo fue el día de los bañadores insumisos―, pues yo quiero proponer que se incorpore a esa vorágine de celebraciones la festividad del «Día de las marmotas».

Este día ―aunque en su acepción singular, «Día de la marmota»― es una celebración tradicional que festejan los granjeros ―en especial de Canadá y Estados Unidos― con el fin de predecir el final del invierno, predicción que se basa en la conducta de la marmota cuando termina su hibernación el 2 de febrero.

Si el animal, al salir de su madriguera, no ve su sombra por ser un día nublado, seguirá su camino, y eso quiere decir que acabará pronto el invierno. En el caso de que vea su sombra por ser un día soleado, el animal se asusta y regresa a su madriguera, con lo cual el invierno se prolongará seis semanas más.

La marmota más famosa es la de la localidad americana de Punxsutawney (Pensilvania), que se celebra desde 1887, y que fue inmortalizada en la película «Groundhog Day» (1993), cuyo título en España fue «Atrapado en el tiempo».

En ella, un meteorólogo acude el 2 de febrero a Punxsutawney para informar de la festividad. A  consecuencia de una tormenta de nieve, debe pernoctar en el pueblo. Cuando despierta por la mañana ―con la música de «I Got You Babe» de Sonny & Cher)―, se encuentra todavía en el 2 de febrero, y vuelve a vivir el mismo día una y otra vez, quedándose atrapado en esa fecha fatídica hasta que decide ser solidario con los demás, que hasta ese momento ―debido a su arrogancia y a su egoísmo― le importaban un bledo. Esto, unido al descubrimiento del verdadero amor con la reportera que le acompaña, terminará por hacerle salir del bucle temporal, despertándose, por fin, el 3 de febrero.

Aquí, en España, no tenemos ningún Punxsutawney, pero no nos faltan personajes atrapados en bucles temporales, marmotas que comenzaron a hibernar en una fecha determinada y todavía no han abandonado sus madrigueras.

Por ejemplo, Pablo Turrión, cuando despierta por las mañanas, escucha una y otra vez ―en vez del «I got you babe»― la famosa emisión radiofónica transmitida desde Burgos el 1 de abril de 1939: «En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares».

Es decir, que el Turrión se ha quedado atrapado en la fecha del 1 de abril. Y no es el único, ya que muchas de las marmotas de la izquierda dan vueltas y vueltas en ese día como un «hámster» en una noria de su jaula.

Pablete ha confesado su trauma con el calendario en más de una ocasión. Por ejemplo, durante la Escuela de Verano de Izquierda Anticapitalista celebrada en septiembre de 2013 llegó a decir cosas como: «Ojalá yo tuviera una nación, como perdimos la guerra no puedo usar la identidad España»; «la izquierda no puede utilizar la identidad España, porque perdimos la guerra civil»; «ya quisiera yo tener una nación».

En la Universidad de la Coruña abundó en la misma idea de considerarse un apátrida: «Yo no puedo decir España, no puedo usar la bandera rojigualda». O sea, que un no-español quiere gobernar España. Ole y ole. Y yo me pregunto: si lo que hay ahora no es España, ¿en qué país vivimos, Sr. Turrión?

Desde este enfoque de vivir en un país donde es un simple refugiado se puede entender lo de defender el derecho de autodeterminación de las autonomías, aquello de que el himno es una «pachanga fachosa», sus simpatías por Otegi, etc. Y también se puede entender el guerracivilismo permanente que les lleva a ver fachas por doquier, a cambiar el nombre de las calles guiados por la «memoria histórica», que destapó otra marmota ―aunque inventó el «Día de Bambi»―, el ilustre Zapatero, traumatizado por la muerte de su abuelo a manos de los nacionales.

El último síntoma que delata la enfermedad patológica del Turrión ―y de todo el podemismo― lo tuvimos hace poco, cuando se le ocurrió regalarle a Obama un libro sobre la actuación de la «Brigada Lincoln» en nuestra Guerra Civil.

Es como si la marmota Turrión se hubiera dormido el 1 de abril de 1939, y despertara ahora, puño en alto, con la Internacional a pleno pulmón, y con sus adláteres continuando con el empeño de quemar católicos y retomar el Frente Popular de 1936, en una gigantesca moviola histórica digna de un fenomenal Expediente X. Y lo más paranormal es que a esto le llaman «cambio» y «progreso». O sea, quedarse encerrado en el calendario con un montón de traumas a la vez que se dice «Soy una marmota», rebobinar una y otra vez hacia el pasado, hacia el hecho que les traumatizó, es «progreso». En mi opinión, esta manía es algo digno de psiquiatra de guardia.

Yo, la verdad, dada la obsesión de esta banda por el parte franquista del 1 de abril, su olor a naftalina  y su ideología de almoneda, pues los pondría en un museo arqueológico de esos, o en cualquier otro que conservara vestigios del pasado.

Al Turrión le haría una estatua mostrando su puño en alto ―que ya usaban en 1905, con la rebelión del acorazado Potemkin―. Al Errejón le haría otra, en la que se le viera montando en una potteriana escoba mágica de esas; al Monedero le esculpiría en actitud de hablar en cualquier soviet de Petrogrado, con sus gafillas trostkis; a la Bescansa la pondría, por supuesto, en plena mamandurria ―que inventó Eva hace la tira―, pues por algo es de Santiago, y por allí pasa la «Vía Láctea»; a la Irene Montero la pondría galopando en una jaca salerosa, por aquello de que su canción favorita es «A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar» ―o sea, que esta marmotilla se quedó atrapada en un concierto de Paco Ibáñez. Ahí es nada―; a Garzón ―el de «pueblo, patria»― pues le imagino en un coche agitando la bandera republicana por las calles del Madrid de 1931.

Pero me da que la fecha del 1 de abril de 1939 para la encerrona temporal de la izquierda ha quedado obsoleta. Imagino que ahora, cuando estas marmotas despiertan por la mañana, ven con horror que están viviendo, una y otra vez, el día 26 de junio de 2016.

Y es que, los pobres, salen de una para meterse en otra.

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