En los debates sobre la inmigración es frecuente que se acuse a quienes sostenemos tesis anti-inmigracionistas de falta de empatía con los inmigrantes, como si por no darles la razón a nuestros interlocutores fuéramos peores personas, desprovistas de piedad y consideración hacia el diferente. Esta pose de superioridad moral se explica si partimos del relativismo que conlleva el ideario progresista. En la posmodernidad que habitamos, los conceptos de verdad y mentira han quedado obsoletos. Ahora lo llaman “pos verdad”, pero esa denominación solo es otra treta de los falsos demócratas, que se acuerdan de las debilidades del sistema cuando pierde su candidato, pero que las olvidarán en cuanto vuelvan a “mandar los suyos”. Lo que subyace es el mismo relativismo que llevaba a Sócrates a indignarse con los sofistas. Como para los progres no existen la verdad ni la mentira, las interpretaciones sobre el fenómeno de la inmigración no son ciertas ni falsas, sino denotativas de buenos o malos sentimientos. Los pro-inmigracionistas, vaya, son los buenos y los anti-inmigracionistas somos los malos. Eso explica que nos dediquen los amables epítetos de racistaxenofoboneonazifacha que constituyen el cacapedoculopis de su argumentario.
Los que defendemos políticas restrictivas frente a la inmigración masiva pensamos que todo el mundo tiene derecho a mejorar su situación en la tierra que le ha visto nacer sin tener que recorrer miles de kilómetros jugándose la vida y el poco patrimonio que haya conseguido reunir para venir a ser la mano de obra barata de cuatro caciques. Eso no es racista, racista es pretender que por haber nacido en otro país o tener la piel de otro color uno tiene que desplazarse en un viaje sin garantías de éxito para recoger las fresas de su campo, trabajar en su obra, cuidar de su padre mayor o ser su servicio doméstico por la mitad de lo que le pagaría a un compatriota. ¿No es fácil deducir que los que se benefician de la mano de obra barata inmigrante son los máximos interesados en generar efecto llamada y en sostener a gobiernos que apliquen políticas que favorezcan la inmigración masiva, acallando a las voces críticas? ¿No resulta, por tanto, obvio, que la extrema izquierda multiculturalista actúa como tontos útiles en el mejor de los casos y perros rabiosos en el peor del capitalismo más salvaje?
Como nosotros sí creemos en la existencia de la verdad, validamos constantemente nuestras ideas con la realidad. Nos sirve para ello el caso de Australia. En Australia en 2013 se ahogaron más de 200 inmigrantes tratando de llegar a sus costas. En 2014 cambió el gobierno por otro de tendencia anti-inmigracionista que puso buques de guerra a patrullar las costas, prohibió las regularizaciones y reactivó las deportaciones. Ese año se ahogó un solo inmigrante. Una reducción de más del 99,5% ¿Que política diríais que denota más empatía y más piedad con el inmigrante, la que provoca que se ahoguen 200 o la que provoca que no se ahogue ninguno? Dicho de otra forma: ¿Qué política diríais que denota más racismo y desprecio por el bienestar del diferente, la que provoca que se ahoguen 200 o la que provoca que no se ahogue ninguno?
JOSÉ MANUEL BOU BLANC, escritor, autor del libro CRISIS Y ESTAFA.
Es un error entrar en la discusión sobre la inmigración defendiendo la tesis anti-inmigracionista con razones económicas, culturales, religiosas o patrióticas. Lo que debemos difundir claramente es el objetivo de esa inmigración. Hay que decir que el objetivo de esta premeditada y dirigida oleada de inmigración es la destrucción de la Europa cristiana y la disolución de la raza blanca. Debatir cuestiones colaterales es luchar en el campo de batalla elegido por nuestro enemigo.
Y podemos argumentar con conocidos hechos que refuerzan esta tesis.
En principio la maquinaria mediática destiló la patraña de que la inmigración se debía a la huida de la guerra en Siria y que debíamos acoger a estos pobres refugiados. ¿Saben que los países árabes limítrofes con Siria no acogieron a ninguno de estos refugiados? ¿Saben que la mayoría de los “refugiados” que han entrado en Europa no tienen nacionalidad Siria? ¿Saben que en el momento en que parecía terminar la guerra en Siria estos “refugiados” pasaron a ser denominados “migrantes” para que no pudiéramos pedir que regresaran a su Siria natal?
Israel no acoge refugiados y anuncia que va a expulsar a miles de inmigrantes africanos. ¿Oiremos al alto comisionado para los Derechos Humanos de la ONU llamar a “racista” y “xenófobo” al primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, tal y como ha hecho recientemente con Viktor Orban? Seguro que no.
Podemos también dar a conocer el Plan Kalergi para la disolución de la raza blanca europea mediante el mestizaje y la inmigración masiva de no blancos. ¿Saben que la gran impulsora en Europa de la política de “puertas abiertas” a los refugiados, Angel Merkel, fue galardonada con el premio Coudenhove-Kalergi?
Hay muchos otros argumentos que podríamos citar para transmitir el hecho fundamental de que la inmigración masiva es el arma con la que se pretende destruir la Europa cristiana. El método para la disolución de la raza blanca.
Nos debemos concienciar que este es el mensaje a transmitir. Y lo que más teme el enemigo es que se conozcan sus planes.