Por debajo de sus irrealizables medidas populistas, los radicales de izquierda tienen un programa oculto que atenta claramente contra España
En la democracia, además de lo que se llama «voto oculto», existe también lo que podría llamarse «programa oculto», que es el conjunto de medidas impopulares que los partidos no se atreven a explicitar en sus programas electorales de cara a unas elecciones, porque les restarían votos. Esta «cara oculta» es más visible todavía en los partidos populistas, que proclaman «urbi et orbe» sus medidas populistas ―claramente irrealizables por utópicas―, pero que, sin embargo, meten bajo su alfombra ―roja, por supuesto― aquellas propuestas más radicales que escandalizarían a su electorado. Lo más grave de todo esto es el hecho de que estas propuestas más radicales sí son realizables, sí son factibles, de ahí que las pongan en práctica, incluso antes de tomar el poder. Y, aunque sus votantes solo les voten por sus medidas populistas ―subida de sueldos, menos horas de trabajo, renta básica, adelanto de la jubilación, etc.― en el paquete electoral también están votando ―generalmente sin saberlo― unas propuestas que rechazarían si fueran conscientes de ellas.
21 dirigentes podemitas de Euskadi participarán en una manifestación convocada por Bildu en San Sebastián para pedir la excarcelación de Arnaldo Otegui. Aunque van a título individua, el secretario de Podemos en Euskadi, Roberto Uriarte, ha explicado que Podemos no acude como partido solamente porque la convocatoria no ha sido unitaria, sino partidista.
Esta noticia llama la atención no por su novedad, sino porque no hace sino confirmar lo que ya no es ningún secreto a voces: las veleidades independentistas de los podemitas, disfrazadas de «derecho de autodeterminación». Es decir, estamos ante una prueba ―otra más― del delito, pues esta noticia habría que unirla a una larga lista de hechos donde el partido morado «ha enseñado su patita».
En el transcurso de una charla que dio el 6 de junio de 2013 en una «Herriko-taberna», ―en la cual estuvo presente el botarate de Sabino Cuadra, el diputado de Amaiur que rompió unas hojas de la Constitución, quien recibió encendidas loas por parte de Iglesias― el líder radical dejó una horripilante sarta de «perlas cultivadas» para el recuerdo, de «florecillas» que se le cayeron de la boca cuando aún no tenía la urgencia de moderar su verborrea espúrea para no asustar al electorado. Es decir, que tenemos aquí al Sr. Turrión en todo su esplendor rojo, mostrando al desnudo su leninismo explosivo.
Ataviado con una bandera republicana en su polo, Iglesias dijo impávido que esa bandera «es la bandera de los españoles que defendemos el derecho de autodeterminación». Para el partisano antisistema, la Constitución y el régimen de la Transición son puro franquismo ―un libro en el que colaboró se titula precisamente «¡Abajo el régimen!»―, y de eso los terroristas vascos fueron los primeros en darse cuenta. O sea, que su lucha fue una acción revolucionaria contra un Estado fascista, contra una dictadura franquistoide. «Por mucho procedimiento democrático que haya, hay determinados derechos que no se pueden ejercer en el marco de la legalidad española». Se está refiriendo, claro, al derecho de autodeterminación. Y no olvidemos que Pablemos ha justificado la posesión de armas por el pueblo para defenderse de la violencia del Estado.
Con su verborrea populista, el Sr. Turrión ha puesto a España en almoneda. El salvapatrias podemita ha llegado a decir que «un proceso constituyente implica una amplia discusión a nivel social que puede concluir en la redacción de una nueva Constitución. En ese marco, en ese proceso, yo creo que la cuestión territorial se tiene que plantear con todas las opciones encima de la mesa». Es decir, con todas las opciones, aunque eso signifique el derecho a decidir, que tanto defiende el Sr. Turrión, o sea, el derecho de autodeterminación. Esto no es vender España: es regalarla.
Otras «florecillas» de este «encantador de serpientes» las dejó caer el 15 de noviembre de 2013, en el transcurso de un debate en el campus de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona:
«De ETA se podrá decir que son terroristas, o que eran terroristas, se podrá decir que se equivocaron estratégicamente, que hicieron barbaridades que son intolerables antes, durante y después de Hipercor, se podrán decir muchas cosas, pero no que no razonaran políticamente. El razonamiento fundamental que hay detrás de eso está en el hecho de que en política cuentan el poder y la fuerza, y el poder y la fuerza depende en última instancia de una cosa que se llama factor militar».
«Yo digo que todo los demócratas tenemos que estar a favor del derecho a decidir, y creo que en la partida de nacimiento de la izquierda está el reconocimiento al derecho de autodeterminación. Lo que no digo, y procuro no decirlo en los medios de comunicación, es que es prácticamente imposible encontrar un ejemplo en la historia de una nación que haya nacido sin el soporte de las armas».
Mas no todo son palabras, sino que también la secuencia de hechos comienza a ser abrumadora: Podemos ha pactado con partidos nacionalistas e independentistas, como Bildu y Compromís; Pablo Iglesias manifestó a una publicación británica que era un «problema trágico» que todavía haya entre 400 y 500 presos de ETA encarcelados lejos de sus familias; el líder podemita es contacto en Madrid de «Herrira», plataforma abertzale de apoyo a los presos de ETA desmantelada por la Guardia Civil. Como se ve, lo del apoyo a Otegui no es un simple hecho puntual, sino que obedece a una estrategia del partido radical.
Con todas estas pruebas ―y las que vendrán hasta las elecciones― a mí me gustaría preguntar al votante de Podemos si está de acuerdo con esta ideología radical de defensa de la autodeterminación, de apoyo a los presos etarras, de colaboración con partidos independentistas. Porque votar a los radicales es votar todo esto, aunque estas verdades se presenten camufladas y acorazadas bajo una maraña de populismo tercermundista.
Como dijo Antonio Gala, «la dictadura se presenta acorazada porque ha de vencer; la democracia se presenta desnuda porque ha de convencer».
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