Cuatro teorías para explicar la hecatombe electoral de Unidos Podemos.
Bueno, y ahora vamos con la pregunta del millón… aunque sería mejor decir la pregunta del millón doscientos mil, que es la cifra de votos que ha perdido UP en los comicios del 26J: ¿Cuál es la causa de esta apocalíptica e inesperada pérdida de votantes? Interrogante mayúsculo, que tiene perplejos a los sistemas de encuestas y, claro, al nomenklátur de los unidospodemitas, que no salen de su asombro ante la hecatombe, pasmo que ha quedado reflejado para la posteridad en sus caras de acelga, en sus miradas licuosas, en sus rictus amargados, en sus caras de palo.
Se miran unos a otros, a la vez que alzan las manos y dicen: «Yo no he sido». Y, claro, nadie dimite ―faltaría más, la casta nunca lo hace―, pero en sus antros y camarillas se afilan ya los cuchillos para noches largas, magníficas ocasiones para las purgas intestinas que tanto adoran, para los cristales rotos que tanto ponen a los súbditos del bolchevismo.
Con cara de bobalicones explican que la culpa la tuvo el Brexit. Bueno, por una vez, no han echado la culpa al heteropatriarcado, ni a la caverna mediática que tan bien les toca el lomo, así que algo hemos ganado. Pero, ¿ustedes creen realmente que las masas que se abstuvieron sabían lo que es el dichoso Brexit, y más cuando sucedió el día anterior a las elecciones, sin tiempo material para que la «gente» se enterara de lo que iba? ¿Alguien puede creerse que los «ninis» ―que constituyen su «carne de cañón» predilecta― tengan idea siquiera de por dónde cae la Gran Bretaña, qué diablos es la UE, y cómo la salida de la Pérfida Albión iba a ser un desastre cojonero para ellos?
Luego está el asunto del «voto del miedo», la explicación preferida del Turrión, quien alega que mucha gente les tiene simpatía, pero que, al ver que tenían opciones serias de gobernar, sintieron un escalofrío en el espinazo y se echaron para atrás. De ser esto cierto, UP debería investigar qué es lo que llevan en su programa electoral que ha espantado a tantos simpatizantes, pues decir que el miedo les ha llevado a abstenerse es lo mismo que reconocer que es cierto que hay motivos para asustarse con un gobierno de los antisistema.
En tercer lugar, hablan de una campaña mal planteada. Pues, qué quieren que les diga, a mí eso de las sonrisitas heidianas y el corazoncito estilo «Hello Kitty» me parecieron, más que una cursilería típica de las suyas, una diabólica hipocresía, pues tanta dulzura contrasta con la intolerancia, la agresividad y las descalificaciones a que han sometido a amplias capas de la población española.
Por supuesto, desde su casposa chulería y prepotencia, endiosada por la ignorancia, rebozada «ad nauseam» en su propia autocomplacencia, incensada por sus peones con fanfarria de bombos y platillos, son incapaces de reconocer las causas reales de la estampida de votantes que han sufrido. Resulta curioso comprobar que donde más han perdido es en los feudos que han tenido la desgracia de gobernar ―ellos, o sus marcas blancas―, señal de que las víctimas de esos territorios ―que les votaron el 20D― ya les han cogido la matrícula de su incompetencia, de su ineptitud, de sus mentiras, del ridículo que están haciendo; de que son casta castuza enchufando a sus amiguetes; de que no se han reducido el sueldo como prometían; de que, aparte de mimar a okupas, refugiados y top-manta, recoger colillas, meterse con las tradiciones católicas, espantar a inversores y turistas, paralizar obras que podían haber creado puestos de trabajo, no han hecho nada positivo por mejorar la vida de sus gobernados. Y de sus rebaños pueden engañar a unos pocos por poco tiempo, pero no a todos todo el tiempo.
Así, mientras el PP ganó votos en todas las circunscripciones, UP perdió votantes en todas. Casualmente, donde más perdieron fue en sus cuarteles generales: en Madrid perdieron 210.000, en Barcelona 76.412, en Valencia 72.618, en A Coruña 29.516, en Las Palmas 38.701, y en Zaragoza 33.604. Observen la terrible sangría de Madrid: ¿tendrá algo que ver con el desgobierno de las carmenadas y cía?
Y, no se lo pierdan, una masa numerosa de votantes habla de… ¡pucherazo! Ya van por más de 300.000 firmas. O sea, que de hacer pucheros lloriqueando por las esquinas y los platós, han pasado al pucherazo. Y es que, cuando les interesa, sacan a colación las genuinas tradiciones de nuestra Patria. De todos modos, el mismo Turrión ha dado carpetazo al asunto, diciendo que esta chapuza es impensable en un país como España.
Sin embargo, estas teorías no acaban de explicar el misterio que rodea al descalabro podemita del 26J, absolutamente sorprendente y pasmoso, hasta el punto de que es factible considerarlo como el «Expediente X-Podemos», más entroncado con lo paranormal que con la politología. Por eso, me voy a permitir exponer una peculiar interpretación de los hechos, plenamente consciente de que muchos la tomarán a irrisión, a «delirium tremens» de un conspiranoico.
Esta hipótesis se entenderá mejor si partimos del hecho de que el único cambio que han desarrollado los radikales allá donde han gobernado ha sido perseguir a la Iglesia, provocar a los católicos, marginar y torpedear las festividades y creencias de los cristianos, hasta caer en la permisividad con blasfemos y sacrílegos.
San Pío X (1835-1914), siendo patriarca y Cardenal de Venecia, cuando llegaron las elecciones no se dedicó a hacer política, ni a agradar a todo el mundo con palabrería diplomática, como hacen tantos políticos, sino que se limitó a convocar una «Cruzada de Rosarios» ―«Es hora de trabajar y no de ponerse a llorar», decía―. ¿Resultado?: los comunistas perdieron las elecciones.
Otro Pío, el Padre Pío de Pietrelcina (1887-1968) ―sacerdote y fraile capuchino que llevó los estigmas de Cristo durante 50 años, y protagonista además de muchísimos milagros―, protagonizó una oposición frontal en las elecciones en Italia después de la Segunda Guerra Mundial al Partido Comunista, que culpó al Padre Pío por su derrota en dos de las elecciones generales celebradas en la década de 1940.
Ante las persecuciones a la Iglesia de los podemitas, los católicos podemos poner la otra mejilla, podemos aparentemente enrocarnos en el silencio. Si, pero los radikales anticatólicos deberían tener presente que, cada vez que aparezca en nuestra historia un Frente Popular perseguidor de la Iglesia, automáticamente surgirá en el pueblo creyente una Cruzada devastadora que se le opone, un 2 de mayo católico incontenible que arrollará a los mamelukos de turno.
En el 36, la conjura fue cercenada porque la Iglesia fue defendida por los generales sublevados contra la República, pero en los tiempos actuales los ejércitos defensores de la fe católica en nuestro país pertenecen a otra dimensión: en las semanas anteriores al 26J, se extendió por España una ofensiva católica contra la amenaza atea, basada en poder de la oración ―especialmente el Rosario― con el fin de invocar la asistencia y la protección de Dios para nuestra Patria, pidiendo el auxilio de las legiones celestiales y las huestes angélicas en esta hora decisiva de España. ¿Resultado?: una hecatombe de los neocomunistas que nadie ha acertado a explicar.
Como decía nuestro gran sabio de la Mancha: «Con la Iglesia hemos topado, amigo Pablo».
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