La campaña podemita, con sus carteles repletos de sonrisas y su corazoncito multicolor en el logotipo, es una burla cósmica a un país en el que solamente han sembrado rencor, odio y crispación.

 

El populismo zafio y cochambroso que asola nuestro desgraciado país, basado en el consabido «puedoprometeryprometo» sopas bobas, cornucopias regaladas, Arcadias numinosas, paraísos de leche y miel, y cielos repletos de bienaventuranzas para todos, ahora resulta que también pretende seducirnos desde los cartelitos electorales con corazoncitos multicolores, dignos de ser logotipo de alguna Fiesta del Orgullo Gay, y sonrisas mimosonas, que reparten como quien otorga subvenciones, o farolillos en un festejo de barriada. Con estos ingredientes, ya tenemos aquí la campaña más hipócrita, más cursi, más im-presentable que han visto mis ojos: «La sonrisa de un país», lema de la horda de extrema izquierda.
Yo, la verdad, les hubiera recomendado que también nos guiñaran algún ojo desde esos cartelones, pues es un efecto especial super recomendable para el arte de la seducción, que en eso consiste cualquier campaña electoral.
Como habrán observado, ni siquiera se atreven a decir que son «La sonrisa de España», ya que estos cursis están «colaus» por Cataluña, País Vasco y cualquier otra autonomía que se les «ponga a tiro» ―nunca mejor dicho―. En Cataluña, incluso, eluden la palabra «país», y afirman que son «la sonrisa de los pueblos». Ole y ole.

Pero no es de extrañar que pretendan seducir a nuestro país con esa parafernalia erotizada, pues por algo son el partido alfa, del que dijo Monedero que es «la máquina del amor». De ahí sus corazones sonreidores o sonrisas acorazonadas, pues lo que quieren es llevarnos al huerto.
Es fácil imaginar que la pregunta que me hice ―con absoluta perplejidad― nada más vi el primer engendro cartelero podemita fue evidente: «¿Me están sonriendo a mí?». Luego generalicé mi interrogante: «¿A quién están sonriendo estos energúmenos?».
¿Sonríen quizá a los fieles que estaban orando en la capilla asaltada por Rita «la quemaora»? ¿Sonríen acaso a los miembros de la Conferencia Episcopal que en repetidas ocasiones han afirmado que quieren quemar? ¿Sonríen a los creyentes que fueron vejados y humillados con las procesiones organizadas por las Cofradías del Santísimo Coño Insumiso, mientras se burlaban y mofaban de las plegarias cristianas, blasfemaban contra la Virgen y amenazaban nuevamente con su piromanía enfermiza?

¿Sonríen a los creyentes que contemplan horrorizados cada día las blasfemias perpetradas por sus hordas luciferinas, la conversión en payasos de los Reyes Magos, las «performances» obscenas y violentas de sus titirietarras, el total silenciamiento de la Semana Santa, la censura a los patronos religiosos en las fiestas populares, y tantas y tantas modalidades de persecución de las prácticas católicas?
¿Sonríen estos quemaconventos a los padres creyentes que quieren una educación católica para sus hijos, derecho constitucional que quieren abolir suprimiendo la religión de la escuela pública, e incluso de la concertada?
¿Sonríen estos ogros a los pobres niños que igual ven una exposición de coños en un Centro Cultural, que ven cómo marionetas luciferinas guillotinan banqueros y violan monjas? ¿Sonríen a los infantes que no saben si son hombres o mujeres, y por ello deben elegir su sexo?
¿Sonríen al obispo Cañizares, a Reig Pla, y a otros escasos prelados que se han atrevido a desafiarles, a los que han amenazado, perseguido y vilipendiado por condenar la perversa ideología de género, ejerciendo ese derecho a la libertad de expresión que sacralizan a la hora de justificar sus luciferinas «performances»?

¿Sonríen estos seductores a los policías, acogotados por los derechos de okupas, top-mantas, meonas callejeras, titiriteros, escracheadores, y mamarrachos varios, y a los que se insulta llamándoles «bastardos» por el mismo Errejón Potter?
¿Sonríen estos proetarras que pasean a Arnaldo Otegui presentándole como un «hombre de paz» a las víctimas de holocaustos y terrorismos, al estilo Zapata? ―¿no decían que se trataba simplemente de una muestra de humor negro?― ¿Sonríen también los millonarios y bien untados podemitas venezuelos de la cúpula a los banqueros que quieren guillotinar o colgarlos del palo mayor, mientras sacan réditos sustanciosos en sus bancos?
¿Sonríen a los toreros que escrachean? ¿Sonríen a los bebés abortados porque «no son personas», mientras los animalistas pacmados propodemitas defienden los derechos casi humanos de los pobres animales?
¿Sonríen con sus dientes lobunos a los españoles agredidos por la caterva antisistema por el mero hecho de lucir la enseña nacional? ¿Sonríen quizá a los cargos públicos y dirigentes de partidos de derecha y de centro que han sido escracheados, insultados y apaleados por las jaurías podemitas?

¿Sonríen a los periodistas amenazados, a los militares ninguneados, a los descendientes de personalidades relevantes de la historia de España quitados del callejero? ¿A quién sonríen mentecatos, agitando sonrisas y corazones como si fueran sonajeros para distraer a un pueblo totalmente cretinizado, cuando están llenos de rencor, de odio, de rabia, de resentimiento, de guerracivilismo, de gesto avinagrado, de semblantes estreñidos, de cabreado puñoenalto? ¿A quién sonríen los sembradores de cizaña, los carroñeros de nuestra Patria, los crispadores de nuestra convivencia?
¿De dónde han sacado esa sonrisa? ¿Es la sonrisa sardónica que popularizó Artur Mas cuando la gran pitada al himno en una final de la Copa del Rey? ¿La habrá copiado el Giocondo coletudo del genial Da Vinci? Pues a mí me da que está extraída de la famosa novela «La sonrisa etrusca», obra del fallecido economista José Luis Sampedro ―otro izquierdoso propodemita, mira por dónde―, cuyo protagonista se llama ―oh, casualidad― Salvatore. Para quien va de Mesías, genial.

Los etruscos fueron el pueblo que precedió a los romanos en la Antigüedad. En sus monumentos funerarios, las estatuas yacentes de los difuntos exhibían una sonrisa característica, precursora de la giocondesca.
Así que somos el país de los etruscos, donde una banda de zapadores se ríe hipócritamente del país al que quieren destruir para hacerlo carne de cañón del NOM. ―no me digan que no es para reírse que españoles voten a un partido antiespañol; que católicos voten a un partido anticatólico; que gente que no es de extrema izquierda voten a un partido antisistema―.
Se ríen igual de la gente que les va a votar, que de sus innumerables víctimas; se ríen de una España idiotizada, servil, ignorante, que cree en la «sopa boba», en sus mentiras populistas; se ríen de nosotros, como musitando entre dientes: «Si seréis tontos: no sabéis lo que os espera», u «Os hemos tomado el pelo, y no os habéis enterado de nada».

Pero a quien de verdad sonríen es al Señor del Kaos, ése a quien sirven con pleitesía empalagosa de lacayuelos lameculos, emborrachándole con sus botafumeiros repletos de azufre… Ése Señor de los Abismos que se alimenta del desorden moral, de la disolución del orden social, de las identidades nacionales, especialmente si han sido acrisoladas en el catolicismo… Ése Señor rodeado de moscas, dueño y señor de la plutocracia mundial que nos ha puesto a los pies de estos etruscos reidores, hienas del inframundo.

Es el Señor de los Etruscos, que se ríe de nosotros con su mueca burlona, luciferina, helada…

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