En marzo pasado, la junta de Andalucía promulgó la Ley de Memoria Histórica y Democrática de Andalucía, en cuya justificación se afirma que «La recuperación de la memoria democrática en relación con la Guerra Civil y la dictadura franquista plantea la dignificación, reparación y rehabilitación de las víctimas que sufrieron represión durante estos periodos. La Junta de Andalucía ha tomado medidas concretas que incluyen indemnizaciones, concesión de distinciones honoríficas o subvenciones para realizar construcciones conmemorativas, entre otras».
Además, este ordenamiento jurídico se concretará también en un currículum de enseñanza de obligatoria implantación en todos los niveles educativos de la comunidad andaluza. Esto quiere decir que, tras el ominoso lavado de cerebro que se está perpetrando con la ideología de género en la enseñanza ―hay incluso ayuntamientos socialistas que proporcionan preservativos y pomadas anales y vaginales en los centros educativos―, con el adoctrinamiento en una ideología progre basada en un atroz laicismo, nuestra juventud será lobotomizada con un nuevo engendro, directamente encaminado a asegurarse el día de mañana unos invencibles caladeros electorales, en base a demonizar la España franquista tergiversando y manipulando la historia, con el fin de victimizar a los heroicos «demócratas» republicanos que sufrieron la represión del fascismo. Sólo falta que a la muchedumbre de alevines les den banderitas andaluzas con una estrellita tipo estelada, y que les enseñen los especiales coros y danzas de los puños en alto y las internacionales.
Pobres paisanos míos, carne de cañón de coños insumisos, catedrales que quieren expropiar, nauseabundos ERES, alcaldesas y alcaldes que retiran todos los objetos religiosos de la vida pública y las instituciones… de un socialismo que, después de casi 40 años gobernando Andalucía, sigue haciendo de esta comunidad la más mantenida por el resto de las autonomías, con el agravante de que, con tantos años de subvenciones y ayudas, los socialistas siguen manteniéndola en el primer puesto de las regiones europeas con más paro. No es de extrañar, pues de todos es sabido el nepotismo cósmico que corrompe la Junta, paraíso de enchufados y tiralevitas.
Y ahora resulta que, con tantos y tan graves problemas como tiene mi Andalucía, han programado un holocausto zombie, mediante el cual pretenden exhumar cadáveres para ponerlos sobre la mesa y sentarlos en los escaños, buscando culpables después de los 80 años transcurridos.
En la justificación de la memoria democrática de Andalucía se llega a afirmar la enorme mentira, la tremenda falsedad histórica de convertir a las víctimas republicanas en mártires de la lucha «contra la Dictadura franquista en defensa de las libertades y derechos fundamentales de los que hoy disfrutamos y a quienes lucharon por alcanzar nuestra autonomía». Hay párrafos que se comentan y explican por sí solos, pues reflejan la más despiadada hipocresía y la más cruel mentira: «Es imprescindible que no quede
en el olvido el legado histórico de la Segunda República Española, como el antecedente más importante de nuestra actual experiencia democrática» (sic).
Vemos aquí la impresentable falacia de afirmar que una República que se estableció de manera ilegítima e ilegal a base de violencias y pucherazos electorales, de golpismo puro y duro, que pretendía hacer una revolución para instaurar en España una dictadura del proletariado estilo soviético, que coartaba las libertades de la España católica y conservadora, era el paraíso de las libertades y la tierra de la democracia, ¡y que los represaliados luchaban por la autonomía de Andalucía! (sic).
Citando el Principio 2 de la ONU, se afirma que «El conocimiento por un pueblo de la historia de su opresión pertenece a su patrimonio y, como tal, debe ser preservado con medidas apropiadas en el nombre del deber a la memoria que incumbe al Estado. Esas medidas tienen por objeto la finalidad de preservar del olvido la memoria colectiva, principalmente para prevenir el desarrollo de tesis revisionistas y negacionistas».
Incluso se dan el lujo de citar el Principio 18, que establece que «La impunidad constituye una infracción de las obligaciones que tienen los estados de investigar las violaciones, adoptar medidas apropiadas respecto de sus autores, especialmente en la esfera de la justicia, para que sean procesados, juzgados y condenados a penas apropiadas, de garantizar a las víctimas recursos eficaces y la reparación del perjuicio sufrido y de tomar todas las medidas necesarias para evitar la repetición de dichas violaciones».
Pues bien, si el objetivo de esta ley es recuperar la memoria de las víctimas de la guerra civil, con el fin de que la barbarie criminal de esa época no quede en la impunidad, convendría recordar en este sentido muchos acontecimientos de los que el progrerío rojo de la Susanita y sus acólitos no quieren acordarse, y cuya memoria está exigiendo justicia, reparación, reconocimiento y rehabilitación.
Según las últimas investigaciones, la represión republicana en la retaguardia produjo unas 75.000 víctimas, mientras que en la nacional la cifra frisaba los 60.000. Si tenemos en cuenta que las tropas nacionales, por sus continuos éxitos militares, tuvieron una retaguardia de prisioneros más numerosa, y que mediada la guerra empezaron a disponer de más territorio, este hecho llama la atención.
Aunque dentro de este holocausto creado por la represión republicana no son el grupo más numeroso, llama sobremanera la atención el martirio apocalíptico que sufrió la población católica, que generó horribles persecuciones, y mártires y héroes generalmente olvidados.
Las cifras totales de la persecución católica en España ―según los estudios de Antonio Montero moreno y Vicente Cárcel Ortí― señalan una cantidad cercana a los 10.000 muertos: 4184 sacerdotes, 13 obispos, 2365 frailes y religiosos, 283 monjas, Y más de 3000 seglares. Y resulta apocalíptico y demoledor que solamente entre julio y agosto del 36 fueron asesinados 3000 mártires. Hasta 20.000 iglesias fueron destruidas.
En toda Andalucía, como sucedía en el resto de España, fueron martirizados miles de creyentes solamente por ser católicos, por llevar una cruz, una medalla de la Virgen al cuello, un simple escapulario, una estampa o, simplemente, por ser suscriptor de los diarios católicos el Correo de Andalucía o El Debate.
Cuando Juan Pablo II beatificó a más de 500 mártires de la guerra civil, se alzaron voces incluso dentro de la Iglesia criticando la medida, con la excusa de que no había que reabrir antiguas heridas. Por poner un ejemplo, e las 36 víctimas vinculadas a Sevilla, 30 están actualmente en el más penoso olvido. ¿Las recuperará la memoria histórica? ¿Tendrán su merecido desagravio?
Por ejemplo, casi en el más completo anonimato está la memoria del mártir José Vigil Cabrerizo, al que le corresponde el honor de haber sido el primer sacerdote asesinado de la Guerra Civil, en la tarde del 18 julio 1936. Cruelmente torturado, murió perdonando a sus asesinos en olor de santidad. Capellán de la Iglesia de San jerónimo, la placa que recordaba su martirio fue quitada de la nave central y colocada en un pasillo, siendo posteriormente ocultada por un cuadro con propaganda de las playas del Caribe.
Vigil Cabrerizo ―al igual que la mayoría de los sacerdotes, frailes y seminaristas inmolados en la diócesis sevillana durante la Guerra Civil―, no figura en la relación oficial de procesos canónicos pendientes en la Congregación de los Santos del Vaticano, enviados hasta 1989 por la diócesis españolas.
En Málaga exterminaron a la mitad de su crédito. Esta ciudad andaluza fue la más afectada por la persecución religiosa de mayo de 1931, hasta el punto de que gran parte de su patrimonio religioso, artístico, cultural e histórico se destruyó para siempre. El general Gómez García Caminero, gobernador militar de la plaza, envió a Madrid un telegrama en el que decía: «Ha comenzado incendio iglesias. Mañana continuará».
Poco más de seis meses duró el dominio rojo en Málaga, pero ese tiempo bastó pasto para que fuera perseguido la mitad de su clero diocesano, especialmente el clero secular. Durante la noche del 30 al 31 agosto, hubo más de 100 asesinatos.
Un tercio de que el diocesano de Jaén fue exterminado, mientras que en Almería, en el primer semestre de 1936, fueron asesinados 65 sacerdotes de un total de 190. En la noche del 29 al 30 agosto fueron asesinados los obispos de Almería y de Guadix, junto con otros y sacerdotes y seglares.
La virgen del Carmen, de la parroquia de San Sebastián, fue profanada, al igual que otras muchas, antes de ser destruida. Los mozalbetes iban por las calles en grupos, vestidos con ornamentos y parodiando el rito sagrado. En la iglesia de Santa Clara se abrieron las fosas del cementerio y se arrastraron las momias de las monjas fallecidas recientemente. También en la parroquia de San Pedro se expusieron esqueletos en la calle.
Los apartados y lejanos pozos almerienses de Tabernas fueron desde finales de agosto de 1936 el sitio preferido para deshacerse de los presos, que en algunas ocasiones, después de ser fusilados, todavía estaban vivos cuando caían a la cima, por lo cual se les arrojaban encima piedras y cal viva. Por ejemplo, en el pozo de Cantaviejas aparecieron 80 cadáveres.
En Motril, el párroco don Manuel Martín Sierra se negó a huir, prefiriendo quedarse para no abandonar a sus ovejas, y fue muerto a tiros en el atrio de su propia Iglesia, teniendo el crucifijo en las manos, por haberse negado a preferir los gritos blasfemos que exigían los asaltantes.
Un franciscano describía así el horror ocurrido en las cámaras de la cárcel de Azuaga: «De ordinario, las palizas y las propuestas de blasfemia precedían a los fusilamientos. La práctica del tribunal rojo que juzgaba era, antes de condenar, obligar a los reos a que blasfemasen. Como no lo lograrán, seguían luego los martirios más monstruosos». Entre ellos, el vaciamiento de ojos, fractura de espinas dorsales, extracción de órganos delicados del cuerpo, etc.
En cuanto a Sevilla, 19 establecimientos religiosos fueron destruidos total o parcialmente en los años 1931, 1932 y 1936. Fueron incendiados y saqueados templos parroquiales, iglesias, sedes de hermandades y cofradías, archivos, conventos… Un total de 596 objetos de arte religiosos pudieron ser catalogados como perdidos, y casi un centenar más quedó sin identificar por carecer de documentación o cualquier clase de referencia. Los retablos desaparecidos sumaron cien.
Dentro de este holocausto católico que tuvo lugar en Andalucía, brilla con luz propia en martirio del joven de 20 años Antonio Molle Lazo, requeté perteneciente al Tercio de Nuestra Señora de la Merced, hecho prisionero el 10 agosto de 1936 mientras defendía la villa de Peñaflor. Los milicianos les torturaron salvajemente, masacrándole la nariz, cortándole lentamente las orejas, clavándole gruesos clavos en los ojos, rompiéndole huesos, con el fin de obligarle a gritar «¡Viva Rusia!». Sin embargo, Antonio no cesaba de repetir «¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España!», grito con el que entregó su vida en martirio. Fue el primer mártir beatificado de la Guerra Civil, y su cuerpo incorrupto se encuentra en la iglesia del Carmen de Jerez, con fama de haber realizado muchos milagros a través de su intercesión.
¿Tendrán cabida en la memoria histórica andaluza tantas víctimas del horror luciferino desencadenado por la República? ¿Se recogerá en ella este horrible holocausto, provocados en aquellos tiempos por el odio, y ahora por la ignorancia, la ingratitud, la cobardía y el olvido? ¿Se exhumarán e identificarán sus restos en las fosas comunes de Tabernas y otros lugares? ¿Subvencionarán la erección de monumentos a la memoria de los mártires católicos más significativos? ¿Se indemnizará de una vez a la Iglesia andaluza por tanta destrucción, tanto robo, tanta blasfemia? ¿Pedirán perdón alguna vez los descendientes directos de los verdugos de antaño? ¿Se levantará algún día la población andaluza católica para exigir justicia y reparación para sus víctimas, sus héroes y mártires?
Como decía Schopenhauer, «Cada uno tiene el máximo de memoria para lo que interesa, y el mínimo para lo que no le interesa». Y Yeoryos Seferis afirmaba una frase aún más rotunda: «Allí donde la toques, la memoria duele».
Porque, sí, sabemos lo que hicisteis en la última guerra.
Laureano Benítez Grande Caballero
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