Fue en las décadas de 1950 y 1960 que Marcuse completaría la traducción del Marxismo a términos culturales, y la insertaría en el pensamiento de la “Nueva Izquierda”. A su vez, lograba responder a la pregunta planteada por Horkheimer en la década de 1930 (¿Existe algún grupo de la sociedad capaz de sustituir a la clase trabajadora?). En efecto, al comienzo de la década de 1960, los neo-marxistas habían finalmente encontrado a sus sustitutos para la clase trabajadora, de los cuales esperaban obtener el apoyo masivo necesario para llevar a cabo revolución cultural marxista; revolución que, como ya se ha indicado, no sería violenta, sino que tendría lugar mediante infiltración gradual, decaimiento interno, y una silenciosa toma del poder. Por la década de 1950 o incluso antes, el Marxismo, comprendido en su concepción clásica, se encontraba arruinado. A la gente no le interesaba, pues entendió que ya no había funcionado, y que no existía una clase trabajadora capaz de hacer la revolución pretendida por el Marxismo. La gente se sentía conforme con el Capitalismo, básicamente porque generaba más dinero para más gente, y lo hacía mejor que cualquier otro sistema en la Historia. Debido a que en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial el nivel de vida de los trabajadores estadounidenses estaba mejorando, los miembros de la Escuela de Frankfurt prescindieron de considerarlos como potenciales agentes de revolución, y se dispusieron a encontrar nuevas fuentes de energía revolucionaria; así fue como se centraron en cuatro grupos principales: mujeres (feministas), jóvenes (marxistas), minorías raciales, y homosexuales. Esto significaba que, a diferencia de lo postulado por el Marxismo clásico, la clase trabajadora ya no desempeñaría un rol hegemónico en el proceso revolucionario. Todos estos grupos eran usualmente considerados diferentes, extraños o apartados. A todos ellos se les ofrecería un programa de cambio social, multiculturalismo, antifascismo, antirracismo, anti-discriminación, anti-bias, derecho para minorías, además de apoyo masivo e influencia. De esta forma, la Escuela de Frankfurt cumplió un rol de identificación y generación de nuevos “grupos víctima”, para posteriormente conseguir de facto, su organización a través de una coalición que abogara por sus ideas.

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