Universidades, colegios, asociaciones culturales, televisión, prensa, radio, todos parecen haberse puesto de acuerdo en cuanto a expresar su sentimiento marxista e inculcarlo sin ninguna oposición, ¿no te parece extraño? pues todo tiene una respuesta, no es nada nuevo todo está planeado y ha sido llevado a cabo durante décadas en los países occidentales.
Durante sus últimos años de vida en las cárceles de la Italia fascista, el comunista italiano, Antonio Gramsci, escribió una serie de análisis ideológicos y doctrinarios marxistas que posteriormente serían mundialmente conocidos como los “Cuadernos de la Cárcel”.
Frente a los reveses sufridos por la teoría marxista al no cumplirse sus predicciones, Gramsci realiza una suerte de revisionismo a partir de los postulados originales del Marxismo clásico, y elabora una serie de transformaciones con fines principalmente tácticos. A diferencia de la noción marxista original, para Gramsci el sistema de convicciones, tradiciones y costumbres sociales vigentes (superestructura) no serían consecuencia de las relaciones de producción y de la economía (estructura), sino que al contrario, invierte la relación afirmando que ésta es consecuencia de aquella. Es por esto que para establecer un régimen marxista de forma permanente, Gramsci requería primero alterar la “superestructura“ de la sociedad; a este cambio le dio el nombre de revolución cultural.
Otra conclusión de Gramsci fue el rechazo a la realización de la revolución marxista por la vía armada, ya que según él mismo, ella resultaba inviable. Gramsci fue testigo en Rusia de que la “revolución” estaba siendo llevada a cabo mediante el terror, lo cual no daba garantía de resultados permanentes. Es por eso que, en lugar de la violencia, propone la manipulación mental de la población a través de la infiltración en la educación y medios de comunicación, proceso que si bien sería bastante más extenso, generaría resultados más efectivos. En palabras de Gramsci:
“Si la revolución brota de un hecho violento o de una ocupación militar, siempre será superficial y precaria, y se mantendrá asimismo en un estado violento. El hombre no es una unidad que se yuxtapone a otras para convivir, sino un conjunto de interrelaciones activas y conscientes. Todo hombre vive inmerso en una cultura que es organización mental, disciplina del yo interior y conquista de una superior conciencia a través de una autocrítica, que será motor del cambio. La vida humana es un entramado de convicciones, sentimientos, emociones e ideas; es decir, creación histórica y no naturaleza”.
Fueron éstas algunas de las ideas que permitieron a Gramsci ofrecer una respuesta frente a la interrogante que se generó en torno a la viabilidad práctica del Marxismo en el escenario posterior a la Primera Guerra Mundial. Así, sostuvo que los trabajadores de Europa no cumplieron su papel revolucionario marxista ya que, en lugar de disponerse a la unión y levantamiento proletario internacional, se alistaron en sus respectivos ejércitos nacionales. La razón de este proceder radicaba en la existencia de sentimientos e ideas fuertemente arraigados en la mente de los trabajadores, que los alejaban de la “conciencia de clases” marxista. Estos sentimientos e ideas se encontraban presente en los trabajadores tras haberles sido heredados por la cultura Occidental (superestructura). Por lo tanto, para que los trabajadores llevasen a cabo una revolución marxista y la consiguiente destrucción del Capitalismo, era indispensable que previamente la Cultura Occidental fuese destruida.
Por lo tanto, la nueva misión marxista (ahora gramsciana), consistirá en llevar a cabo una infiltración en la cultura Occidental para transformarla en otra, de tipo materialista, al margen de toda idea de Dios y valores trascendentes. Para ello será necesario el control de los medios de comunicación, editoriales, arte y universidades; básicamente todos los centros de emanación de Cultura.
La principal arma de este proceso sería la lingüística. Con ella se intervendría en el lenguaje coloquial, alterando el original sentido de las palabras y sus consiguientes connotaciones emocionales, hasta generar en las personas una actitud espiritual diferente. Siguiendo la lógica gramsciana, al intervenir en los valores se afecta el pensamiento, y así, se da lugar a una nueva cultura (que desde luego, deberá romper con la Cultura Occidental).
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