Los turcos habían asolado ya los Balcanes y toda Hungría. Ahora asediaban la capital imperial del Sacro Imperio Romano Germánico.


Centenares de miles de soldados turcos, al mando del visir Kara Mustafá, pretendian conquistar la ciudad como puerta de la islamización de toda la Europa Central. 

El sitio lo inició el gran visir Kara Mustafá,  en una campaña contra el emperador Leopoldo I, que estaba ocupado con las amenazas del Borbón Luis XIV de Francia.

 Los turcos, avanzando con una fuerza abrumadora, habían reunido al mayor ejército musulmán desde los tiempos de Saladino. 

Sitiaron la ciudad el 16 de julio, pero su falta de artillería de asedio y la feroz resistencia de la ciudad permitió a Leopoldo pedir al Papa reunir un ejército. 

Y así fue, el Papa llamó a una cruzada, ésta vez para defender una ciudad cristiana, Viena.

A la llamada acudieron todos los países cristianos de Europa (excepto el propio rey borbón de Francia, al que llamaron «el rey Moro»), bien con tropas, o, por su lejanía física para enviar soldados, con aportación monetaria (como hizo España). 

Como recuerda Expósito, al amanecer del 12 de septiembre de 1683 el venerable Marcos de Aviano, tras haber celebrado Misa ayudado por el rey de Polonia, bendice al ejército en Kalhenberg, cerca de Viena: 65.000 cristianos se enfrentan en una batalla campal contra 200.000 otomanos.

Están presentes con sus tropas los príncipes del Baden y de Sajonia, los Wittelsbach de Baviera, los señores de Turingia y de Holstein, los polacos y los húngaros, el general italiano conde Enea Silvio Caprara (1631-1701), además del joven príncipe Eugenio de Saboya (1663-1736), que recibe su bautismo de fuego.

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Batalla de Viena, o de Kahlenberg (montaña donde tuvo lugar la batalla)

La batalla dura todo el día y termina con una terrible carga al arma blanca, guiada por Sobieski en persona, que pone en fuga a los otomanos y concede la victoria al ejército cristiano: éste sufre solamente 2.000 pérdidas contra las más de 20.000 del adversario.

El ejército otomano se da a la fuga en desorden, abandonando todo el botín y la artillería tras haber masacrado a centenares de prisioneros y esclavos cristianos. 

El rey de Polonia envía al Papa las banderas capturadas acompañándolas con estas palabras: «Veni, vidi, Deus vincit».

Todavía hoy, por decisión del Papa Inocencio XI, el 12 de septiembre está dedicado al Santísimo Nombre de María, en recuerdo y en agradecimiento por la victoria.

Al día siguiente el emperador entra en Viena, alegre y liberada, a la cabeza de los príncipes del Imperio y de las tropas confederadas y asiste al Te Deum en acción de gracias, oficiado en la catedral de San Esteban por el obispo de Viena-Neustadt, luego cardenal, el conde Leopoldo Carlos Kollonic (1631-1707), alma espiritual de la resistencia.

Eje espiritual del campo cristiano fue el beato Marco Marco D´Aviano, que participó activamente en la cruzada anti-turca en calidad de legado pontificio y de misionero apostólico. 

Contribuyó de manera decisiva a la liberación de Viena del asedio turco, el 12 de septiembre de 1683. De 1683 a 1689 tomó parte en las campañas militares de defensa y liberación de Buda, el 2 de septiembre de 1686, y de Belgrado, el 6 de septiembre de 1688. 

Y favorecía la armonía dentro del ejército imperial, exhortaba a todos a una auténtica conducta cristiana y asistía espiritualmente a los soldados.

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Marco D´Aviano (1631-1699), beatificado por Juan Pablo II

La victoria de Kalhenberg  marcó el comienzo del declive del Imperio otomano en Europa.

Esta batalla  y la liberación de Viena son el punto de partida para la contraofensiva dirigida por los Habsburgo contra el imperio otomano en la Europa danubiana, que conduce, en los años siguientes, a la liberación de Hungría, de Transilvania y de Croacia, dando además la posibilidad a Dalmacia de seguir siendo veneciana. 

Es el momento en el que se manifiesta con mayor fuerza la grandeza de la vocación y de la misión de la Casa de Austria en la redención y la defensa de la Europa sur-oriental. Para realizarla moviliza bajo las insignias imperiales los recursos de alemanes, húngaros, checos, croatas, eslovacos e italianos, asociando venecianos y polacos, construyendo aquel imperio multiétnico y multirreligioso que dará a la Europa Oriental estabilidad y seguridad hasta 1918.

La gran alianza, que consigue tomar vida en el último momento merced al Papa Inocencio XI, recuerda la empresa y el milagro realizados un siglo antes gracias a la obra del Papa san Pio V (1504-1572) en Lepanto, el 7 de octubre de 1571.

Por el giro impreso a la historia de Europa Oriental, la batalla de Viena puede ser comparada a la victoria de Poitiers en 732, cuando Carlos Martel (688-741) detiene el avance de los árabes. 

Y la alianza que en 1684 es ratificada con el nombre de Liga Santa registra un acuerdo único entre alemanes y polacos, entre imperio y emperador, entre católicos y protestantes, alentada e impulsada por la diplomacia y por el espíritu de sacrificio de un gran Papa, encaminado a la consecución del objetivo de la liberación de Europa de los turcos.

En aquel año se realiza una hermandad de armas cristiana que da lugar a la última gran cruzada que, tras la victoria y desaparecido el peligro, fue pronto olvidada, con lo que, tras Viena, en Europa las «campanas de los turcos» callan para siempre.

Cuenta la tradición que  entre el botín capturado a los turcos,  había también muchos sacos de café, muy apreciado por los otomanos, y se popularizó en esa zona, Y cuya preparación especial se llamó capuchino en honor a la orden a la que pertenecía Marco d´Aviano

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Además, junto a esa popularización del café, el asedio de Viena de 1683 fue el origen de uno de los alimentos más famosos de todo Occidente: el croissant (creciente), una pieza de bollería fina que rememora el decisivo papel desempeñado por el gremio de los panaderos vieneses para salvar la ciudad y cuyos miembros, a modo de feliz conmemoración, elaboraron dos tipos de panes: uno con el nombre de ´Emperador´ , en honor a Leopoldo I, y otro llamado ´Halbmond´ (media luna), con la forma del actual croissant, como mejor manera de mofarse de los turcos otomanos, de quienes que el creciente lunar era su emblema tradicional [*].

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[*] Paradójicamente, los turcos otomanos habían adoptado el símbolo de la medialuna (que con el paso de los siglos pasó a ser un emblema musulmán) tras la conquista de Constantinopla en 1453, pues ése era el emblema tradicional de la ciudad desde la Antigüedad precristiana, cuando la ciudad era una colonia griega llamada Bizancio y se salvó de ser asaltada y tomada durante un ataque nocturno gracias a la luz de la luna, que permitió a sus defensores descubrir una brecha en las murallas. Los bizantinos -entonces paganos- decidieron homenajear a Artemisa, diosa de la Luna (su hermano Apolo lo era del Sol) utilizando el símbolo de la divinidad femenina (la medialuna) como emblema…. y que más de veinte siglos más tarde los turcos otomanos harían de él su estandarte.

EXTRAÍDO DE:

ANOTACIONES DE MANUEL MORILLO

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