Si Manuel Galiana Ros (San Javier 1951) sufrió, según su propio testimonio, una campaña de desprestigio que le condenó al ostracismo tras la publicación de su polémico libro Crisis Global II. Culpable el sistema, su trabajo ¡Hasta nunca, Juan Carlos! no parece que vaya a contribuir a revertir la situación. Aunque, dicho sea de paso, tampoco parece que el autor lo pretenda. Galiana -de una ideología que el mismo califica de “nacional-patriótica”-, ha elaborado esta biografía crítica de quien fuera rey de España durante los últimos 39 años, un libro que he de confesar que, a pesar de mi inicial reticencia, ha provocado en mi la atracción fatal, morbosa, que provocan los libros que publican los documentos secretos, las revelaciones prohibidas.

Tras una sorprendente introducción, en la que el autor da cuenta de una experiencia personal relacionada con ciertos negocios de armas en los que, según su testimonio, pudo haber participado la mano regia, se abordan los periodos de la niñez, adolescencia y matrimonio del que en la actualidad es ya rey padre. Se analizan las difíciles relaciones de la familia real en el exilio con Franco –quien amenazó permanentemente con la eventualidad de la restauración monárquica- y su posterior proceso -controlado en todo momento por el general- de educación en España, que obviamente reveló más a un joven heredero de altos vuelos con buenas perspectivas que a un brillante estudiante, lo que por otra parte nada tiene de anormal. El suceso más relevante de esa época, con todo, es la desgraciada muerte de infante Alfonso, hermano pequeño de Juan Carlos, en Villa Giralda, la casa familiar en Estoril, en las vacaciones de Semana Santa de 1956, mientras los infantes, solos en una habitación, jugaban con una pistola. Galiana ha investigado el asunto hasta donde es posible. Al parecer, el suceso fue un desgraciado accidente pero la actitud de los gobiernos de Salazar y de Franco, que silenciaron el asunto, unido a una sorprendente falta de investigación judicial o policial en su momento, han mantenido al hecho, y lo mantienen, bajo un manto de misterio.

En cuanto a los hechos de contenido estrictamente político, Galiana se refiere, entre otros, a los conocidos juramentos en sendas sesiones plenarias de las cortes –el 23 julio de 1969 y el 22 noviembre 1975-, en los que el entonces Príncipe Juan Carlos juró los Principios Fundamentales del Movimiento franquista, cuando ya sus planes personales, según Galiana, eran diametralmente opuestos a los principios que juraba. Se aborda también en este apartado el conocido episodio del Sahara. El 2 de noviembre de 1975, con un Franco en fase terminal y en plena tensión con Marruecos, que amenazaba con lanzar en cualquier momento la marcha verde sobre el territorio, el todavía Príncipe visitó por sorpresa a las tropas en el Sahara y afirmó “en arenga cuartelera que España haría todo lo posible para cumplir los compromisos con los saharauis españoles y que de ser necesario él, como jefe supremo, estaría al frente de las fuerzas”. Sin embargo, diez días después se firmaba inopinadamente y en secreto el Pacto de Madrid por el que se concedía a Marruecos y Mauritania la “soberanía del territorio”. Galiana afirma que esta demostración, destinada a que el Rey exhibiera un heroísmo “de cara a la galería”, podría haber estado previamente pactada o tolerada por el rey Hassan de Marruecos a quien a su vez ya se habría hecho llegar la seguridad, vía Washington, de que España cedería finalmente el territorio.

En la segunda parte, se abordan lo que Galiana califica de relaciones del monarca con el sexo femenino. Se realiza una detallada aproximación a las numerosísimas y extraordinariamente frecuentes –dice- relaciones “esporádico-profesionales y amateur” –de estas aporta los suficientes nombres- que habrían comenzado siendo caballero cadete en Zaragoza y que al parecer el monarca no ha abandonado durante toda su vida, incluido su periodo marital, que al menos desde 1963 habría tenido graves crisis por este motivo. Vaya por delante que este asunto es el de menos interés, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Lo único que arrojaría sombras sobre este capítulo es que algunos de estos excesos podrían haber sido resueltos a costa del erario público. Galiana detalla el paradigmático y muy conocido caso de la vedette, actriz y eventual presentadora de televisión murciana, cuya identidad correspondería a las siglas B.R. Esta rocambolesca historia habría durado décadas y habría costado al erario público, con cargo a fondos reservados, centenares de millones de las antiguas pesetas, según estimaciones de Galiana, entre pagos mensuales y pactos de silencio, además de otras regalías como exclusivos y caros obsequios o la presentación de programas en televisiones nacionales y autonómicas.

En la última parte se aborda el espinosísimo asunto de las amistades y de los orígenes de la supuesta fortuna personal del monarca. Las informaciones disponibles proceden –aclara Galiana- de libros, escritos y artículos, tanto a nivel nacional como internacional, que no han recibido ningún tipo de querella judicial y por lo tanto ofrecen la suficiente credibilidad, como la revista Forbes que en 2003 estimaba la fortuna personal del rey en unos 1.790 millones de euros. Las fuentes revelarían que estos ingresos han provenido recurrentemente de diversas actividades y sectores económicos. La principal de ellas provendría de los regulares y continuados pagos que se habrían percibido en concepto de comisión por un porcentaje determinado por cada barril de petróleo procedente de determinados países árabes productores a los que España viene comprando tradicionalmente. Se aportan también documentos que probarían la obtención de cuantiosísimos préstamos internacionales, en dudosas condiciones, provenientes de monarquías árabes y de oriente medio. Y ya en los 90 se recuerdan los escándalos de corrupción que afectaron al gobierno socialista y que habrían acabado salpicando a la corona, como los casos Ibercorp, Expo 92 o KIO, entre otros, con personajes como Javier de la Rosa, Manuel Prado y Colón de Carvajal o Mario Conde…

Demasiado ruido, concluye Galiana. Pero sabido es que los Príncipes no cometen traición, ni perjurio, cuando del bien de la Patria se trata, aunque ello también lleve consigo –en ponderación de Galiana- “una serie de contrapartidas vitalicias entre las que estaban incluidas: la aceptación formal por parte de todos los partidos de la restauración monárquica; la obscena y total impunidad personal penal reflejada en la constitución para todos y cualquiera de sus actos de la clase que fueran; la jefatura suprema de las Fuerzas Armadas; una partida generosa para el mantenimiento de la Casa Real, no sujeta a control institucional alguno; el contar con el regimiento de la Guardia real y la Unidad de Alabarderos y finalmente el establecimiento de un pacto de silencio con el estamento de los medios de comunicación, que deberían censurar cualquier tipo de información relativa a su persona o sobre su familia que no fuera de carácter políticamente correcto”.

Juan Ocón

 

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MANUEL GALIANA ROS. ¡Hasta nunca, Juan Carlos!
Ediciones Esparta, Madrid, 2013
ISBN 978-84-8352-926-3

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